El día de la gran tormenta

Francisco Javier Novoa Blanco

CULTURA

Francisco Javier Novoa Blanco. 36 años. A Coruña. Investigador contratado predoctoral

23 ago 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Sucedió el día de la gran tormenta, en que el cielo se abría en aguaceros y los rayos cabalgaban sobre los edificios. Ese día, en un bar concurrido y amedrentado por el tronar constante y los golpeteos del cristal contra el cristal, Juan discutía con María sobre unos mensajes que había visto («sin querer, fue sin querer. Pero ahí están, ¿no? ¡No me intentes cambiar de tema!») en su móvil. Fuera, el agua caía como el odio sobre el indefenso. Fuera, el tráfico se volvía loco, salía de su rutina habitual de hormiguero y se convertía en un avispero que unos niños hubieran derribado de una pedrada; escapando, siempre escapando del agua. Y el agua… siempre el agua… caía y caía hasta rebosar, rebosar las tuberías, rebosar los semáforos y los contenedores, rebosar los baches y las aceras. Sucedió el día en que las calles eran ríos que van a dar en la mar, que es el morir.

Como ríos corría rauda la lluvia por aceras y rotondas, como ríos formaba corrientes y arrastraba consigo reflejos y bolsas de plástico. Sucedió ese día, el día en que en un obrero se desplomaba por el hueco de un ascensor aún por colocar (¡Qué tragedia, qué terrible tragedia!). Y luego la familia, muchos lloros y poco seso, lo culpaban a él por no ponerse un arnés que su jefe no proporcionaba mientras arreglaban trámites, y firmaban papeles y agradecían profusamente al comercial de la funeraria que les había insistido en ponerle una misa porque «si no la gente habla, ya saben ustedes a qué me refiero».

Antes, por la mañana, el equipo de Manuel había ganado por goleada al equipo de José. ¡Y todos contentos! Unas cervecitas para celebrarlo y hasta alguna tapa, ¡que no se diga! ¡Vaya partido había sido! ¡Qué gran espectáculo para el yonqui que lo siguió desde el banco!

Sucedió el día de la gran tormenta. Sucedió el día en que la tarde se tornó noche y los pájaros se asustaban en sus árboles y jaulas, en sus azoteas y tendidos eléctricos. Ese día, fue ese día. Ese día fumé el último cigarro.