-¿A qué se debió ese olvido?
-A que ella murió en México y nunca volvió a España. Balmis volvió. De Salvany, que murió en Cochabamba, el cura de la catedral se quejaba de que nunca nadie fue a visitarle, nunca nadie mandó unas flores para la tumba. Salvany está totalmente olvidado y es un gran médico. Isabel acaba trabajando en el hospital de Puebla, en México, que ahora lleva su nombre, y de ahí ya no se sabe más. Su hijo, Benito, se quedó allí, estudió y salió adelante, que era lo que quería ella. Lo que he intentado con los datos que tenía, que conseguí gracias a Antonio López Mariño, fue hacer el retrato de una mujer que en el fondo se estaba buscando su lugar en el mundo. Ella va creciendo en esta expedición, en esta aventura. Empieza el libro como una mujer que prácticamente no habla castellano, o muy poco, que vive en la aldea, con aquella pobreza tan tremenda que había entonces en Galicia.
-Ella tuvo un hijo que a veces figura como natural y otras como adoptado, ¿por qué?
-En todos los papeles en América aparece como hijo adoptivo y en España como hijo natural. Lo que me interesaba era contar una historia de amor y que esta mujer, por haberse enamorado mal y pronto, acabó haciendo posible: de no haberse encontrado con aquel soldado, no hubiera habido expedición. La relación entre la historia personal y la Historia siempre me ha interesado mucho. Esa mujer fue a la expedición porque tenía que limpiarse de una mancha del pasado: tenía un hijo de soltera.