Hollywood se topa con Pyongyang

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

CULTURA

21 dic 2014 . Actualizado a las 04:00 h.

Que el de Corea del Norte es un régimen nacido para la parodia es más que evidente. Cuando ayer aseguraba no tener nada que ver con las amenazas y los ciberataques que ha sufrido la productora Sony Pictures a cuenta de su polémica comedia sobre la dictadura norcoreana, no podía sonar menos convincente. Caso de rechazar esta generosa oferta de cooperación para descubrir al culpable, decía un portavoz de Pyongyang, Estados Unidos «debería prepararse para sufrir graves consecuencias». No parece la fórmula más afortunada esta de negar que uno está implicado en un chantaje con otro chantaje.

¿Ha sido realmente Corea del Norte? No está claro que el FBI cuente con pruebas sólidas, pero todo apunta en esa dirección. Se sabe por las informaciones de desertores que Pyongyang cuenta con una unidad militar, la Oficina 121, dedicada específicamente a la intrusión en redes informáticas de otros países -esos otros países, por supuesto, poseen organizaciones similares-. Se cree que se benefician de la colaboración de su equivalente en China, lo que complicaría mucho las cosas para Estados Unidos a la hora de pedir cuentas. Un posible precedente sería el ciberataque de marzo pasado contra Corea del Sur, cuando un grupo autodenominado Dark Seoul Gang -pero que no era otro que la Oficina 121- se infiltró en el sistema bancario del país y, precisamente, en los archivos de sus cadenas de televisión. El ataque contra Sony es muy similar. Si Pyongyang ofrece una investigación conjunta es por razones de estrategia política. El régimen norcoreano lleva mucho tiempo intentando abrir un canal de negociación directo con Washington. Una investigación criminal en la que Pyongyang es el sospechoso puede que no parezca la forma ideal de negociación bilateral, pero para los norcoreanos sería un paso de gigante. Es por eso por lo que con toda seguridad Estados Unidos rechazará a propuesta.

La situación que se ha creado es, sin duda, mucho más incómoda para los norteamericanos. Lo que en principio parecía el enésimo chascarrillo acerca del régimen norcoreano y sus extravagancias se ha convertido inesperadamente en lo que podría ser su agresión más exitosa contra su enemigo histórico desde el final de la ya lejana guerra de Corea. La solemne defensa de la libertad de creación que hizo Barack Obama esta semana suena un tanto hueca cuando se constata que el estreno de la película, a fin de cuentas, se ha cancelado. Y aunque toda la indignación de quienes lo tildan, correctamente, de autocensura se dirige a Sony, el hecho es que la cancelación es el resultado de un consenso mucho más amplio que incluye a los distribuidores y los propietarios de salas. La simple mención del 11-S en un e-mail amenazante ha sido suficiente para desatar el pánico corporativo, lo que demuestra que los efectos de aquel atentado siguen dejándose sentir en EE.UU. trece años después. Esa debilidad es lo que preocupa en círculos oficiales, más que la libertad de expresión en sí, que, sin admitir comparación con la de Corea del Norte, no es ilimitada en Estados Unidos tampoco.

«La simple mención del 11-S

en un e-mail amenazante ha sido suficiente para desatar el pánico corporativo»