Cuando Marilyn Monroe pateó un cuero en Nueva York y nació el cosmos

JOSÉ LUIS LOSA

CULTURA

De la mala prensa del cine que habla de fútbol y de la parte de culpa que en ello tienen las iniquidades que rodaron en España Di Stefano o Kubala

13 jun 2014 . Actualizado a las 20:36 h.

Rastreen el origen de esa endemoniada mala fama con la que carga el cine que habla de fútbol. Esa leyenda negra que lleva a pensar que lo único digno que relaciona al balón con el celuloide es el penalti parado de manera inverosímil por Sylvester Stallone, guardamuros de Evasión o victoria. El penalti más feo del mundo. Stallone confundía lo que debía ser semblante de concentración con un rostro de problemas intestinales, el que creo recordar que le valió el Razzie, el premio al peor actor de 1981. ¡Cómo iba a interiorizar Rambo aquello del miedo del portero frente al penalti!

La carga de culpa de ese descrédito que acompaña al subgénero es una fiebre o gripe mayormente española. Proviene de cuando en nuestro país, en plena autarquía, junto al cine piadoso -esto es, Fray Escoba o La mies es mucha-, proliferaron títulos de épica jocosa como Los ases buscan la paz o Saeta rubia.

Tiene su explicación lógica. El lugar de un cine bélico español, que en los años 50 quedaba ya a contramano de los tiempos, lo ocupó un acercamiento al fútbol que mezclaba el ardor guerrero ibérico con una nada oculta vocación de imperio: ahí están, como modelo, los Campeones de la furia de Amberes, aquella relectura de los tercios de Flandes encarnada por unos héroes cansados, por cierto, bastante más houstonianos que Stallone: Ricardo Zamora, Quincoces, Polo o Gorostiza, ya jubilados de las canchas en 1940, año del rodaje. Campeones, película de padrino y director gallegos -Cesáreo González y Ramón Torrado- marcó una impronta que hizo de los futbolistas estelares de la década de los 50 una suerte de star-system: Kubala se convirtió casi en El espía que surgió del frío en la tremenda Los ases buscan la paz (1954). Y qué decir del halo de santidad que rodeaba al Di Stefano de Saeta Rubia, rodada solo dos años después.

Quien más hizo por ennoblecer ese aquelarre de cine fue Fernando Fernán Gómez con sendas comedias estimables -El fenómeno y El sistema Pelegrín- que parodiaban aquellas ínfulas del fútbol cinematográfico de idolatrías paranormales.

Y ni siquiera el cambio de ciclo histórico, con el cine español tratando el fútbol con humor (de Las Ibéricas F.C. a Matías, juez de línea, pasando por las taquilleras Días de fútbol y El penalti más largo del mundo), logró separar este maridaje de cierto tono chapucero o ramplón. Apunten, como excepción, la curiosa El portero, dirigida por Gonzalo Suárez, no en vano hijastro del inefable HH, Helenio Herrera; y el documental F.C Barcelona Connection, donde se aborda con pulso y mucha información lo que fue la escalada al poder del tándem Laporta y Rosell, una relación de amor y odio a ritmo de thriller, como preanunciando una encarnizada guerra de bandas cuyas pistolas todavía humean hoy.

Cine de «premier»: del Manchester al cosmos

A partir de la consolidación del fútbol como territorio cenital de la sociología y del mercado, motivo de guerras y de jugadas geoestratégicas, la narración audiovisual ha deparado colosales filmes donde se trata de mitos y agonistas, de celebrities y petrodólares, de vidas y muertes, con un nivel de calado intelectual a la altura de las dimensiones del espectáculo. Es como si esas insólitas fotos de Marilyn Monroe efectuando un saque de honor en el estadio neoyorquino de Ebbetsfield, en un partido del Happoel Tel Aviv en honor de los nueve años de la independencia de Israel (era mayo de 1957 y Marilyn vivía los breves días felices con el intelectual nuclear judío Arthur Miller, antes de la caída) hubiesen llevado al cine a tomarse en serio lo que sucedía en los campos de soccer. Y así, el último medio siglo ofrece una serie de memorables acercamientos al fútbol y a sus relaciones con el poder y la gloria.

Pienso en ESMA, donde se habla a calzón quitado de las perversidades del Mundial de Argentina; en Once in a Lifetime: The Extraordinary Story of The New York Cosmos, en la que se cuenta la excentricidad de aquel dream-team, cementerio de elefantes y metáfora de la crisis del petróleo de los 70, donde confluyeron Pelé, Cruyff, Beckenbauer, Chinaglia, la mafia y el show bizz; también en ese otro Toro Salvaje que es el Maradona de Emir Kusturica. O en la obra maestra absoluta Los dos Escobar, la película que, a través del fútbol, mejor explica el miedo pánico de la narcoviolencia apoderada de aquella Colombia del Mundial de Estados Unidos. Cine estremecedor a la altura de la literatura nihilista de Fernando Vallejo.

Miro a la Gran Bretaña de los tiempos del fútbol de bronca y de pandillas bárbaras, antes de que todo se blanquease en esa operación de limpieza desnatada que llamamos Premier. Cito la fascinante The Damned United (Tom Hooper, 2009), algo así como el Casino de Scorsese trasfundido a los campos de hierba y fango del Derby County, del Nottingham Forest, aquella tierra de los pequeños milagros por donde pisó charcos el escapista Brian Clough, ilusionista de estadios, convertidos éstos en los teatros o en las fábricas de sueños de las que hablaba Ilyia Ehrenburg para referirse al cine: todo antes de que el rectángulo verde desbancara a la pantalla pálida de ese podio de privilegio de las masas, ganadas, ya sin retorno, por el grito orgásmico del gol. El que ahogó el tímido rugido del leoncito de la Metro.