La señora del póster

Camilo Franco

CULTURA

10 abr 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Siempre deseé que el cuplé de Sara Montiel fuese de verdad el último. Quizá fue una adelantada a su tiempo porque sin ser una grandísima actriz, sin ser una grandísima cantante, consiguió vivir de ambas cosas y de estar en los papeles. Su personaje era al cine lo que Camilo José Cela a la literatura, alguien que abría la boca y colocaba su boutade en los mejores solares de la prensa semanal.

Como era una actriz de raza lo suyo fue lucir el palmito y lo hizo con un desparpajo sin igual. Hay que reconocerle el talento para eso manejándose siempre como una fiera sin domar. Y resistir sin domar en un país castrado como España requiere algo más que tipito.

Se murió el mismo día que Margaret Thatcher y aprovechando los cruces astrales podríamos fantasear qué haría cada una de ellas en el lugar de la otra. Sara Montiel invadiría las Malvinas casi seguro. Para darle una alegría a los soldados argentinos. Pero Thatcher no se atrevería a mover una pestaña ante Marlon Brando, ni siquiera para disgustar al actor. Más que una mujer de bandera, fue una mujer de póster. De las cabinas con litera en camiones sin autopista que llevarse a las ruedas.

Presumió de frente alta, lengua larga y falda corta aunque Sabina pensara en otra para su retrato. Presumió de caza mayor en las selvas de Hollywood y, aunque los cazadores fantasean sobre la calidad de sus piezas, con que la mitad de lo que contaba fuese la mitad de cierto ya podríamos retirarle la camiseta como una gloria de la especie. Ella confiaba en su cuerpo y en el melodrama. Cuando los dos se vinieron abajo confió en las gasas y en lo frágil que es la memoria masculina.