Una voz de poderosa seda

CULTURA

25 nov 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Entre el muy literario barrio barcelonés de Gracia y el venerable sillón K de la Real Academia Española deambula, con su bulliciosa imaginación elevada a la enésima potencia, Ana María Matute, esta niña de 85 años que suma ahora su nombre a la exquisita nómina del Premio Cervantes. Si en este país no fuéramos como somos, hace ya tiempo que «la Matute», como a ella misma le gusta llamarse, tendría en sus anaqueles el gran galardón de las letras españolas. Y, si no fuéramos como somos, sería inimaginable que solo otras dos escritoras, María Zambrano y Dulce María Loynaz, hubieran alcanzando antes esta distinción. Claro que Ana María Matute está acostumbrada a abrir puertas selladas. Fue la tercera mujer, en tres siglos de historia, en franquear el umbral de la RAE y ahora es la tercera en añadir el Cervantes a su palmarés, en el que solo se echan en falta ya el Príncipe de Asturias de las Letras y un Nobel demasiado escurridizo para quien no entiende de capillas y se define a sí misma como «un lobito estepario».

A Matute, dama de la prosa triste y mágica, hay que leerla, entre infinitas razones, porque ha sabido pintar una Edad Media muy distante de esos tópicos oscurantistas que consideran aquella época una especie de mazmorra o cámara de tortura en la que la única luz visible es la que escupen las antorchas de los verdugos. El Medievo de la gran narradora no es tampoco la fantasía rúnica de Tolkien, pero sí quizás el universo de aquel Rey Arturo de leyenda del que los gallegos, adheridos a la imaginería deslumbrante de Cunqueiro y Ferrín, hemos heredado algo más que un puñado de relatos, tal vez una estética de la que nos hemos contagiado por los siglos de los siglos. Asomarse a la narrativa de Matute es, sobre todo, zambullirse en esa trilogía fabulosa que forman sus novelas medievales: La torre vigía , Olvidado rey Gudú y Aranmanoth , donde explora con destreza las brumas y herrumbres de aquel tiempo en que se mezclaban, en heterodoxo cambalache, dudas, doctrinas, erudición y crueldades sin límites.

Cuando dentro de unos días se apaguen las fanfarrias del Cervantes conviene abrir un libro y quedarse a solas con la voz de poderosa seda de Ana María Matute.