Al final vamos a ser de monte...

Antía Díaz Leal
Antía Díaz Leal CRÓNICAS CORUÑESAS

OLEIROS

CAL

«Monte» se ha convertido en un sinónimo de aire libre y libertad, que lo mismo nos vale para el parque de Santa Margarita como para un jardín en Oleiros

10 jun 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

¿Vamos al monte? Es una pregunta que últimamente se hace mucho en mi casa. No se crean que nos hemos aficionado a la escalada, no: el monte más alto que hemos pisado es el de A Zapateira. Pero «monte» se ha convertido en un sinónimo de aire libre y libertad, que lo mismo nos vale para el parque de Santa Margarita como para un jardín en Oleiros. En nuestra búsqueda de espacios abiertos en los que la distancia de seguridad no sea un problema y la mascarilla no sea necesaria, cada rayo de sol que cruza la ventana nos arranca un «¿cogemos el coche?». Menos mal que siempre hay en la pandilla un especialista en brujulear en todo tipo de blogs y grupos de Facebook para encontrar cualquier rincón con algo de verde en esta comarca, por perdido que parezca. La nuestra tiene un máster en áreas recreativas, actividades para críos, cuentacuentos, talleres y ocio infantil en general. Este año ha batido su propio récord al enviar las fechas de solicitud de plazas escolares antes que la propia Consellería de Educación. No hay rincón de la provincia que le mandemos en el que ella no haya estado ya. De hecho, mientras escribo acaba de mandarme un enlace con la noticia de la inauguración del gran parque costero de Bastiagueiro. ¿Cómo hará para que no se le escape un pedazo de césped con un arbolito?

Para los que somos de pisar acera, esta ciudad es perfecta: el paseo marítimo es aire puro, y Santa Margarita, el jardín del Edén. Los de asfalto somos felices si nos asomamos a que nos dé un poco el nordés, sin sacar un pie del centro. Y aunque seguimos prefiriendo San Andrés al campo, la posibilidad de pasar un rato sin necesidad de sacar el metro o gritar a los niños «¿pero por qué tocas todo?» cada cinco minutos, es un pequeño regalo.

Este encierro obligado nos ha hecho soñar con los espacios abiertos que no echamos de menos antes de que el coronavirus entrase en nuestras vidas como un vendaval. Me dirán los que no se pierden un fin de semana de puertas afuera que definir como «salir al monte» dar una vuelta por un descampado detrás de unos chalés no es muy ortodoxo. Pero ahí estaban los grillos, felices, regalando esa sensación de verano, de vacaciones, de rodillas llenas de polvo y heridas. Tal vez si algo bueno se puede arañar de esta miseria es la capacidad de descubrir lo que no conocíamos. Desde los vecinos del quinto a las parroquias que nunca habríamos pisado. Hemos aprendido a sacar ideas de debajo de las piedras, y proyectos que antes de marzo nos habrían parecido un mero trámite o un pequeño sacrificio ahora se han convertido en una alternativa casi tan apetecible como el paseo de rigor por la Marina o la cañita en la Cormelana. ¿Vamos al monte? Vamos. Aunque sea al de San Pedro.