Nuria nació en Barcelona. «Dí a luz en una clínica privada y al día siguiente me dijeron que la tenían que llevar a uno público, al San Juan de Dios», cuenta Eva Tajes Romar, vecina ahora de O Burgo. En el famoso hospital le dijeron que su niña tenía ¡ventrículo único! A los cuatro días de nacer le hicieron la primera operación, al año otra, luego la cirugía de Glenn? La que esperan que sea la última -«ya solo nos quedaría el trasplante», aclara- fue ya en el materno, en el 2014.
De tanto hospital, a Nuria le ha quedado el pánico a las agujas. A diferencia de sus padres, por suerte, «no se acuerda de muchas cosas; ve las cicatrices y yo le digo que son tatuajes que le han hecho los médicos, mucho más bonitos que el que tiene su padre». Es una de las pacientes que ha estrenado la rehabilitación cardíaca. «Es para que ella conozca hasta dónde puede llegar cuando haga gimnasia», explica la madre de una muchachita que no para. Ni en el parque, ni en casa, ni en el cole.
Hace algo más de tres meses que empezaron esta terapia «para lograr mayor resistencia pulmonar». Todos los lunes y miércoles entra en la sala, con el cardiólogo, el rehabilitador y el fisioterapeuta. Hace algo de bici, cinta y luego ejercicios en el suelo. «Viene encantada? y ella se encuentra mejor», explica Eva.
Madre de otro niño mayor, reconoce que con Nuria «a lo mejor tienes más cuidado, no quieres que se resfríe, es inevitable, tienes otros miedos». Quizás podría quedarse hasta más tarde en el parque, «pero claro, no es los mismo que ella coja una broquitis que que la coja él», se explica.
Tiene solo buenas palabras para los hospitales en los que Nuria ha pasado parte de la infancia. En especial para el Teresa Herrera, al que agradece el trato humano. «En Barcelona eran más fríos, no por información, que nos explicaron todo desde el primer día, pero, claro, en momentos como las operaciones, que lo pasas muy mal... el apoyo se agradece», comenta.
Rozando los 9 años, como Nuria, estrenó también la sala Daniela, que nació con hipoplasia de cavidades izquierdas en el corazón. «No se le desarrollaron», resume David Pereira, su padre. En su caso, lo supieron en el materno antes de que llegase al mundo, cuando la peque llevaba siete meses en el vientre de su madre. Con seis días de vida la operaron por primera vez, y volvió a pasar por el quirófano a los cinco meses. La última fue a los cuatro años. «Tenemos que hacerle controles, toma medicación diaria, está limitada en deportes, se cansa mucho más que los demás, pero hace la vida normal de una niña», cuenta el papá.
Los llamaron del materno porque «estaban seleccionando entre los más graves para la rehabilitación... todo lo que sea bueno para ella, ¡adelante!», dice sin importarle los traslados desde Narón, donde viven. Para Daniela, una niña muy sociable, no supuso ningún problema, al contrario. Aunque solo pudo ver que «le ponían aparatos para ver cómo reaccionaba su cuerpo en la cinta y en la bici», cree que ha merecido la pena: «Ha mejorado su calidad de vida, que no es que fuese mala, pero ha mejorado», resume David. Y lo ejemplifica: «Antes de la rehabilitación la recomendación era que no hiciese gimnasia en el cole, y ahora sí puede, con cuidado, pero puede. Daniela está encantada».
Asegura que para los padres también «cambia la historia». «Quieras que no ibas al parque con ella y tenías que estar pendiente, ella no era consciente. Ahora no tienes que estar tan encima», dice antes de subrayar que «mi valoración es muy positiva, tanto profesional como personalmente». Porque, al margen de la terapia, «siempre, desde antes de nacer la niña hasta el día de hoy, se portaron con nosotros de diez no, lo siguiente. Solo puedo hablar bien de todo el personal, son muy humanos».