Una propuesta de destierro enfrenta y divide a la comunidad gitana

Alberto Mahía A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA CIUDAD

CESAR QUIAN

Patriarcas perdonan, «pero no olvidan la afrenta» de un joven que se autoproclamó rey

15 ene 2018 . Actualizado a las 12:19 h.

Hace unas semanas, algunos patriarcas gitanos de la ciudad se sentaron alrededor de varias tazas de café y tomaron la decisión de desterrar a Jeremías Barrul, un joven de 21 años, organizador de mercadillos por toda la comarca y fundador de la asociación Promesa Gitana Cultural y Ambulante. Los que dispusieron este duro castigo argumentaban que «este chico se ha atribuido un poder y protagonismo en el pueblo gitano, que no le corresponde. Se autoproclamó rey, y eso es una falta de respeto y afrenta hacia los mayores, algo que nuestra ley castiga con el destierro». Quien habla es Ramón Borja, voz y mando en el mercadillo de la Sardiñeira e hijo de Aquilino Borja, uno de los últimos grandes patriarcas coruñeses. «Lo propuse para evitar males mayores». Así de rotundo concluía Ramón su explicación de cómo y por qué fallaron contra «ese chico».

Pese a que la orden de expulsión de Jeremías Barrul de la ciudad estaba tomada, en los últimos días todo dio un vuelco. Acordaron perdonarlo. Pero con la advertencia de que no volviese a erigirse en rey ni representante de los gitanos, dice Barrul.

Las serias discrepancias entre miembros de la comunidad gitana en A Coruña a raíz de aquella propuesta de destierro amainaron gracias a la intervención del padre de Jeremías, Antonio Barrul, «un gitano muy respetado que lejos de buscar enfrentamiento llamó a la calma y prometió, en nombre de su hijo, que nunca más volverá a hablar en nombre del pueblo gitano».

Antonio Barrul, según lo describe un patriarca que prefiere mantenerse, «de momento», al margen y en el anonimato de esta «triste división en el pueblo gitano», logró frenar el destierro de su hijo y pide ahora que todo quede en el olvido.

Otra de las voces más respetadas entre los gitanos reconoce que en la comunidad se abrió una grieta. Hace años, «esto que ocurrió se hubiese solucionado en días», cuenta este patriarca. En época de Aquilino Borja o Antonio Jiménez, allá por los ochenta y noventa, «el pueblo gitano estaba más arraigado a su cultura y había un profundo respeto a los mayores. Pero llegó la droga y eso se perdió». De aquel respeto por el anciano sabio, que había demostrado durante toda su vida «los buenos valores» y todos aceptaban sus decisiones, se pasó al «vacío de poder» y a la multiplicación de patriarcas. Cualquiera que gana mucho dinero, aunque sea con la droga, se hizo llamar patriarca.

La última crisis en el pueblo caló se produjo tras el crimen del Algarrobo

En marzo del 2016, el vecino de Penamoa Jesús Rivero Conchado, alias Algarrobo, acudió a Ferrol junto a su familia al ser invitado al cumpleaños de un niño pequeño. Allí, en el salón principal del establecimiento hostelero, el patriarca ferrolano, Manuel Salazar Camacho, conocido por Moracho, lo apuñaló en medio de una reyerta en la que participaron centenares de invitados a la fiesta, todos de etnia gitana. Aquello enfrentó a las familias. Desde A Coruña se clamó venganza y tuvieron que mediar y actuar rápido los patriarcas de ambas ciudades. No fue fácil. Al juicio acudieron decenas de policías para evitar desgracias. Luego, el hecho de que al Moracho lo condenasen por homicidio y no asesinato, no calmó los ánimos, apaciguados con la intervención de los patriarcas.

«Si mi hijo cometió un error y tengo que pedir disculpas, las pido», dice el padre del proscrito

Antonio Barrul, padre de Jeremías, dice que a su puerta no llegó nadie para decirle que su hijo tenía que marcharse de la ciudad. Ni a explicarle los motivos del destierro. Añade que cuando sale a la calle o acude a los mercadillos ningún gitano se acerca a él para decirle nada. En cuanto a las acusaciones que lanzan contra su hijo, las niega. «Nunca se autoproclamó rey ni patriarca. Jeremías tiene una asociación que ayuda a encontrar una salida laboral digna en la venta ambulante. Y de eso se ocupa, nada más».

No obstante, si alguien lo llama para decirle que su hijo cometió un error y tiene «que pedir disculpas, las pido». Además, según advierte, la ley gitana dice que «si alguien comete una falta se le da conocimiento a la persona y se le piden explicaciones. Como mi hijo es joven, yo soy quien debo hablar por él. Nada de eso pasó».