Aquel 1993 de Steven Meisel

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

ANGEL MANSO

Me siento un poco Bill Murray preguntándome por qué no nos quedamos todos a vivir en 1993

15 nov 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

En una de las memorables escenas de Atrapado en el tiempo, cuando Bill Murray descubre que su Día de la Marmota se va a hacer eterno en Punxsutawney, Pensilvania, se pregunta por qué tiene que ser justo esa insulsa jornada la que se repita sin fin y, no por ejemplo, aquel día de vacaciones y daiquiris en el Caribe.

Llega ahora a A Coruña, de la mano de Marta Ortega, la exposición Steven Meisel 1993, en la que el fotógrafo revisa las imágenes que captó en aquel año milagroso, y me siento un poco Bill Murray preguntándome por qué no nos quedamos todos a vivir en 1993.

Igual es cosa mía, pero desde el 2008, cuando Lehman Brothers se fue por el desagüe, tengo la sensación de que estamos atrapados en el mismo día volátil, líquido, hiperacelerado y superficial, con todas las certezas hechas jirones y todas las sillas donde se sentaba la realidad puestas patas arriba. La percepción es que, después de aquel primer guantazo, no pararon de llover golpes. Alguien agarró nuestro mundo sólido de entonces y nos dio el cambiazo por un decorado de cartón piedra al que se le notan demasiado las costuras.

No es por comparar, más que nada porque la nostalgia da un colocón pasajero y mucha resaca, pero en 1993 teníamos a Felipe González en la Moncloa, a Bill Clinton en la Casa Blanca y a Boris Yeltsin en el Kremlin. Ese año, Andrew Wiles demostró el último teorema de Fermat, que llevaba en la mollera de los matemáticos desde el siglo XVII. El Deportivo de Bebeto era líder en la Liga. Nirvana publicaba In Utero. Nelson Mandela ganaba el Nobel de la Paz y Toni Morrison el de Literatura. En los cines se estrenaban La lista de Schlinder, Orlando y Demolition man.

No hubiese sido un mal año para empezar una nueva vida mientras Steven Meisel iba y venía con su cámara entre nuestras sonrisas.