Las tramas del columnista

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

Detalle de un retrato de León Tolstói en su cuarto de trabajo en la granja de Yásnaia Poliana en 1908
Detalle de un retrato de León Tolstói en su cuarto de trabajo en la granja de Yásnaia Poliana en 1908 Sergei Mikhailovich Prokudin-Gorskii

Lo crucial es con qué estilo narramos esas contadas tramas en las que se basan, al fin y al cabo, desde la Ilíada a Ana Karenina.

18 oct 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Recordaba el otro día Enrique Vila-Matas la tesis de Kurt Vonnegut de que, por muchas vueltas que le demos, las tramas de la literatura se reducen, como mucho, a una docena de argumentos: alguien sufre una injusticia enorme y luego se venga, dos se enamoran y otros les estorban, un paisano se mete en un embrollo y luego sale del lío, y así sucesivamente. Lo crucial, vienen a concluir Vila-Matas y Vonnegut, es con qué estilo narramos esas contadas tramas en las que se basan, al fin y al cabo, desde la Ilíada a Ana Karenina.

A la columna, salvando las distancias con Tolstói, le pasa un poco lo mismo. Por mucho que pensemos que hemos resucitado a Camba de entre los muertos para sentarlo frente a nuestro portátil, nos limitamos a teclear los diez artículos que ya les leía Noé a los animalitos del arca.

Entre las columnas que llevan ahí desde el diluvio universal tenemos la de «eso ya lo dije yo hace quince años, pero nadie me hizo caso» y la clásica «yo sí y tú no», con sus subgéneros «yo leí al premio Nobel de este año y tú no» y «yo ya he visto la nueva temporada de esa serie y tú no porque no tienes tele de pago».

Una de mis tramas favoritas es la de «antes todo era mucho mejor», que glosa con elegancia Savater —Fernando, no Leticia— citando textos de romanos y griegos que hace más de dos mil años ya se quejaban de que los jóvenes solo pensaban en beber y divertirse. Esa trama eterna me viene a la cabeza al escuchar que en los ochenta vivíamos en una Coruña idílica, donde los adolescentes iban en masa al Valle-Inclán a ver pelis con subtítulos y no al botellón. El mismo botellón al que iba hace 23 siglos la chavalada de Atenas con sus ánforas, como ya contó Aristóteles en una de sus metafísicas columnas.