Rumba en el Garufa antes de la catástrofe

Javier Becerra
Javier Becerra CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

Soleá Morente en el concierto que ofreció en la sala Garufa el 4 de marzo de 2020
Soleá Morente en el concierto que ofreció en la sala Garufa el 4 de marzo de 2020 ANGEL MANSO

Inconscientes todos, no sospechábamos que en aque concierto de Soelá Morente estábamos viviendo los últimos coletazos de la normalidad

27 ago 2021 . Actualizado a las 10:46 h.

Las películas de catástrofes suelen arrancar con una escena feliz. Aquel 4 de marzo vivíamos despreocupados. Ligeros. Sin más miedo al futuro que el de siempre. Había quedado con un colega a tomar algo. A la segunda caña, le dije si quería venirse a un concierto en el Garufa, que tenía un par de invitaciones. Se trataba de Soleá Morente. Llegaba a la ciudad en circunstancias extrañas: un miércoles y presentando un disco que aún no estaba editado. Había alrededor de cien personas. En el escenario mandaba la rumba, con una artista exultante contorneando sus manos al cielo en busca del duende. Palmas. Bailoteos. Cervezas en la barra. Y a gozar.

El contagio fue inevitable. Ambiente de fiesta furtiva entre semana. Al final, hicimos un pequeño grupo de musiqueros conocidos y nos quedamos un rato, desafiando el despertar tranquilo del día siguiente. Al salir, vi un cartel. Anunciaba a Efecto Pasillo, un grupo que otrora copaba radiofórmulas. Le pregunté a Pepe Doré, el dueño de la sala, que cómo había surgido eso. Me lo explicó. «¡A ese voy fijo!», le dije.

Inconscientes todos, no sospechábamos que estábamos viviendo los últimos coletazos de la normalidad. Y que aquella sensación maravillosa de un recital en una sala, sin distancia ni mascarillas, iba a convertirse en algo imposible. Esta semana entrevisté a la artista. Hablamos de ello. Aquel fue mi último concierto normal como espectador. El suyo, como artista, el penúltimo. Porque luego llegó la catástrofe. El encierro. El caos. Las muertes. El desgaste. Las secuelas psicológicas. El miedo. Desde ahí aquellas manos moviéndose como una espiral las evocaba como ese mundo feliz. El que en los filmes dura apenas 15 minutos hasta que se desata la tormenta.