Los incorregibles de Riazor

Luís Pousa Rodríguez
Luis Pousa CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

CESAR QUIAN

Ponerse a ver un partido del Deportivo hoy en día es lo más parecido que recuerdo a cuando te encaminabas de niño al último asiento del bus del colegio

22 dic 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Antes de que el matonismo escolar se llamase bullying, ir a la escuela era un deporte de alto riesgo, algo así como eso que practicaban los rusos en Guerra y paz cuando se encaramaban a un alféizar para ventilarse de un trago, sin pestañear, una botella de vodka.

Me acuerdo estos días del bullying cuando enciendo la tele para ver un partido del Dépor. Ponerse a ver un partido del Deportivo hoy en día es lo más parecido que recuerdo a cuando te encaminabas de niño al último asiento del bus del colegio. El autocar de la escuela era como Guerra y paz, pero sin la parte de la paz y sus bailes de salón, o sea, como cuando en Austerlitz Napoleón pasa por encima de los rusos. Y eso, exagerando, porque en lo de Tolstói, Bonaparte por lo menos se para a ver si Mel Ferrer aún respira.

En la última fila del autobús de la escuela aprendimos de pequeños la ley de la selva, pero sin ley, ni nada que se le pareciese. Fue entonces, calculo, cuando descubrimos lo que era la dignidad, que consistía en que, si detectabas una injusticia, como que tiraban las gafas de tu amigo por la ventanilla -o incluso a tu amigo, sin gafas, por la ventanilla-, te levantabas para ir hacia el infractor y afearle muy digno su conducta, asumiendo que ibas a recibir una dosis de hostias proporcional a tu dignidad.

Si alguna vez ser del Dépor consistió en desayunar champán con ostras debió de ser un nanosegundo de mis 49 años de existencia, porque el resto del tiempo a mí más bien me da la sensación de que estoy en el pasillo del bus número 3, enfilando por la recta de Preferencia, y me dirijo solemnemente a los últimos asientos, dispuesto a que los de siempre me propinen la paliza que se aplica a los incorregibles.