El deseo de aprender a los 67

Montse CARNEIRO A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA

Mujeres mayores se suben a una bicicleta de la mano de la asociación Mobi-Liza

13 oct 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Las bicicletas son más bajas de lo normal y aniñan a las cinco personas que dan vueltas con gran concentración alrededor del olivo del antiguo Padre Rubinos. Intentan no irse para los lados y, las más hábiles, subir los pies a los pedales y sortear los conos de colores que los monitores colocaron en el suelo. Los cascos y las mascarillas ocultan su edad. «Yo tengo 67», dice al acabar Alicia Pedreira, molesta por el tamaño «para hombres» de las bicis municipales. Aún sin poder sostenerse ya las probó para ir sabiendo. «Deberían ponerlas de dos alturas. Con el sillín abajo de todo solo llego de puntillas».

Las mujeres son mayoría en este curso de pedaleo de la asociación Mobi-Liza y en el auge ciclista surgido de la pandemia en el mundo. Solo Antonio Pereiro, de 61 años y en paro, puede explicar por qué los señores no encuentran interesantes los talleres a los que él se anota casi siempre como único varón, ya sean de cestería o de bici. «¡Para qué! me dicen», lamenta este hombre que «iba para asesino en serie» por vocación familiar, porque solo le regalaban «escopetas, pistolas y espadas. Mucho defraudé a los Reyes Magos», resuelve entre risas. «Para qué también lo dice mi pareja, que tampoco sabe montar pero no viene», se queja Alicia.

Para qué. «Para ir al trabajo en bici», sugiere la farmacéutica Nieves Porta, encantada con la posibilidad de recorrer en grupo cualquier itinerario que propongan los alumnos para adquirir seguridad antes de transitarlo solos. «A mí podéis acompañarme a la oficina del paro», chotea Pereiro. Porta recuerda su sorpresa al llegar a Berlín y descubrir a tantas personas mayores pedaleando con brío. También en Washington, donde vive su hijo. 

Con tacones, también

Las ciudades, explican unos y otros, se construyen para hacerlo posible. «Mi hija vive en Fráncfort -cuenta Inés Quintanilla, y avisa de que también allí roban bicis-, pero vayas adonde vayas, en Berlín o en Copenhague, es el vehículo habitual. Todos los días ves a mujeres con tacones, arregladísimas, pedaleando. Está todo pensado. Los aparcamientos en las estaciones de tren, por ejemplo, son enormes», cuenta esta burgalesa decidida a poner el mundo patas arriba. Cuando era niña, en la plaza de Valderrama, cayó dos veces de la bici de su padre, con una barra que parecía de salto de altura, y nunca más volvió a subirse a una. Hasta la semana pasada. «Vivo en el paseo y cuando veía a la gente por el carril bici me quedaba mirando y pensaba lo agradable que debía de ser montar. Ahora me queda superar el miedo, pero eso solo lo puedo hacer yo», comparte a sus 66 años sin dejar de agradecer el apoyo.

El desparpajo con los pedales depende más de los traumas que de la osteoporosis. «Los niños no tienen experiencias previas, por eso no conocen el riesgo ni los bloqueos, pero todas estáis capacitadas. Solo tenéis que ir poco a poco, automatizando cada paso y con confianza», alienta María Marín, una de las cinco profesoras de la escuela. Conchi Parga, pensionista y todavía sin soltura, derrocha confianza y se lanza. «A las mujeres se nos ha negado el aprendizaje y por eso quizá nos desquitamos», proclama contrariada. Sus padres nunca le compraron la ansiada bicicleta, a pesar de que «tenían medios para hacerlo, porque así nos controlaban más», afirma.

En esa búsqueda del equilibrio se conocieron. Álex Voces, también monitor, descifra los intríngulis de este desafío mayor. «Hay dos puntos de inflexión: cuando subes los pies a los pedales después de los ejercicios de equilibrio, en los que avanzas con los pies en el aire; y cuando arrancas con un pie en el pedal y el otro impulsándote desde el suelo. Superado eso, las sensaciones cambian. Solo hay que esperar que fluya».

Cursos gratuitos y muy demandados sujetos a una ayuda municipal insuficiente

La asociación Mobi-Liza recibió en menos de un año 160 solicitudes para aprender a andar en bicicleta. Este colectivo de movilidad sostenible, veterano en iniciativas de fomento de la bici en colegios y calles de la ciudad, tiene su sede en el antiguo local de la Real Institución Benéfico Social Padre Rubinos al calor de un convenio firmado este año con la entidad presidida por Eduardo Aceña. Sus usuarios pueden recibir clases en el edificio de San Roque, donde Mobi-Liza gestiona además un taller de autorreparación al que puede acudir cualquiera. El equipo recoge donaciones de bicicletas o piezas que después reutiliza para ofrecer a personas necesitadas de vehículo, y desde hace unos meses impulsa una escuela con cursos gratuitos para aprender a andar en bici impartidos por cinco monitores.

Esta actividad, que desbordó las previsiones y obligó a la asociación a dejar fuera a los niños para poder atender el aluvión de solicitudes de adultos, podría suspenderse en los próximos meses si no se renueva el acuerdo con el Ayuntamiento, que apenas cubre tres meses de salarios y gastos de funcionamiento.

Del primer curso, de iniciación, se sale pedaleando en tres sesiones de dos horas. En el intermedio se adquieren habilidades como soltar una mano para señalizar giros o controlar el tráfico circundante. Y en el avanzado el grupo se lanza al paseo, al carril bici, o a la ruta que cualquier alumno proponga recorrer para abordarla solo con solvencia.