Benditas imperfecciones

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa CORONAVIRUS

A CORUÑA

ANGEL MANSO

Me da que si, por una conjunción astral de esas con las que sueñan los cursis y los intolerantes, nos volviésemos todos perfectos de la noche a la mañana, nos quedaría una ciudad insoportable

26 may 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Todos hemos caído en la tentación durante estos meses de clausura de recrearnos en la fantasía de que la pandemia nos haya transformado en unos remozados Homo sapiens: unos seres bondadosos y angelicales como nunca se hayan visto sobre este zarandeado planeta. Esos querubines que se dibujan en nuestra imaginación habrían sido convertidos, por obra y gracia del coronavirus, en beatíficos voluntarios de oenegés. Todos (y todas) serían ecologistas hasta la médula, trabajadores ejemplares, feministas, solidarios, parientes modélicos, generosos contribuyentes, ejemplares inquilinos y caseros, frugales consumidores de productos cultivados sin atisbo de química ni transgénicos, saludables deportistas, usuarios de bicicletas municipales como único modo de transporte y, por supuesto, sesudos analistas de la realidad capaces de mantener las distancias (físicas y mentales) con «la gente», siendo «la gente» exactamente todos los demás, o sea, los que pasean fuera de hora, se agolpan en las terrazas o aplauden lo justo en aquella indispensable cita de las ocho que poco a poco se ha ido esfumando de nuestras ventanas con vistas al Atlántico.

El problema, claro, es que «la gente» que forma multitudes en el paseo marítimo no ha venido de un lejano planeta y se ha apoderado de A Coruña mediante una taimada invasión de los ultracuerpos. Como me dijo una vez un sabio amigo, «la gente» somos nosotros.

Y eso, justo al contrario de lo que un puritano atenazado por los escrúpulos podría deducir, es precisamente lo más interesante de esta partida. Porque, sinceramente, lo más divertido que tenemos como especie son nuestras pequeñas imperfecciones, esas que también hemos puesto de manifiesto en estos días duros.

Será que a mí me pasa un poco como a Tolstói. También creo que todas las familias felices son felices de esa misma y aburrida forma que es feliz quien es feliz a todas horas. Y que el meollo de todo está en la forma que tenemos de ser imperfectos -y, por lo tanto, infelices- a nuestra manera.

A mí me da que si, por una conjunción astral de esas con las que sueñan los cursis y los intolerantes, nos volviésemos todos perfectos de la noche a la mañana, nos quedaría una ciudad insoportable, demasiado parecida a ese paraíso al que la tía Polly quería enviar a Tom Sawyer.

Supongo que suena paradójico, pero todavía confío en que la epidemia no haya cambiado demasiado nuestra forma de ser y que aquel privilegio que llamábamos normalidad nos esté esperando a la vuelta de cualquier esquina de A Coruña para que muy pronto podamos seguir equivocándonos y siendo imperfectos y felizmente infelices.