El «show» de la tendera de A Gaiteira

La Voz

A CORUÑA

Cedido

Laura Ferreiro, que regenta una tienda de alimentación en la pequeña calle San Diego, sale del establecimiento a las ocho de la tarde y anima al vecindario con gritos, aplausos y un silbato mientras la gente la ovaciona desde las ventanas

09 abr 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

A las ocho de la tarde sale de la tienda. No se apea la bata blanca que utiliza para despachar todos los productos de su ultramarinos, fundado en 1958. Con un estilo que ya le gustaría a muchas animadoras de la NBA, levanta los brazos, aplaude, grita y toca un silbato para recordar al vecindario que hay que asomarse a las ventanas para ovacionar a los sanitarios. «Me estoy quedando afónica», reconoce Laura Ferreiro. Tomó las riendas del negocio fundado por su padre, Víctor, un veterano del que heredó la tienda y la hiperactividad. Los primeros días de confinamiento se le ocurrió ponerse delante de su local de la calle San Diego, de A Gaiteira. «Veía a la gente muy tímida, dando unas palmas sin demasiado entusiasmo, y yo, que soy muy ruidosa, empecé a decirles “vamos, que estamos sanos”, “vamos, vecinos”. La verdad, no tengo vergüenza», comenta sonriente. Al día siguiente, lo mismo. Otra tarde dieron las ocho y ella estaba atendiendo a un cliente y empezó a escuchar que la llamaban desde las ventanas. «Laura, sal», reclamaba el vecindario. «Me vine arriba», reconoce. «Ahora recorre toda la calle San Diego, llega hasta las rúas Petín, Melide y José González Chas. Y, durante todo el rato, no para de animar a la gente. «Incluso les llamo por su nombre, porque los conozco a casi todos, y los saludo desde la calle», apunta. El show es un paréntesis en una jornada que empieza muy temprano. A las seis y cuarto ya está en el mercado de frutas, y una hora después en la tienda colocando la mercancía. «Hay mucha gente mayor que viene a las ocho de la mañana. También tengo cantidad de sanitarios que vuelven del trabajo y hacen la compra para que su familia ya no tenga que salir. Algunos me hacen el pedido por WhatsApp y se lo tengo listo cuando llegan», destaca. Cierra cuando ya no hay clientes. Ayer, casi a las cuatro de la tarde. «Tengo que dar gracias a los proveedores, la mayoría de productos de proximidad. Se están portando fenomenal», dice. Un rato con su marido y sus hijos, de 11 y 6 años, y de nuevo al ultramarinos. «Por la tarde vienen a buscar pedidos y también llevo cosas a gente que no puede salir o a la que resulta imposible cargar peso. A personas que viven lejos se lo mando en taxi», explica. Intenta salir a las nueve de la noche, pero a veces le pasa como en la canción de Sabina y le dan las diez o las once. Una jornada agotadora que incluye el show de las ocho cargada con el silbato y la sonrisa.