Los excesos del carnaval

Alfonso Andrade Lago
Alfonso Andrade CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

DESFILE DE CARNAVAL EN A CORUÑA
DESFILE DE CARNAVAL EN A CORUÑA MARCOS MÍGUEZ

Las dificultades de un coruñés con un retortijón en el vientre para abrir la puerta de casa, y la sorpresa que se llevó en el interior

29 feb 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Es una de esas historias difíciles de olvidar, una de esas historias que vuelves a oír al cabo de un tiempo en cualquier bar de la ciudad, de esas que regresan como un bumerán cuando hay una fiesta importante. En este caso, la de carnaval, con sus comparsas y choqueiros. ¿Realidad, leyenda urbana? Quizá eso sea lo de menos.

El protagonista se llama Moncho, un joven coruñés que decidió que la llegada del dios Momo era un acontecimiento digno de los mayores fastos, que participó con entusiasmo en todo cuanto evento festivo encontró y que en su ruta nocturna de pub en pub se le fue la mano con las consumiciones. Después de unas cuantas horas de marcha descontrolada comprendió (o alguien le recomendó) que era hora de irse a casa a dormir la mona.

Con la que llevaba encima no le fue fácil hallar el rumbo correcto. Un conocido se apiadó de él y le ayudó a llegar hasta el edificio donde reside su familia. Al no acertar con la luz de la escalera, tampoco le resultó sencillo dar con el piso correcto, y eso le valió un par de tropezones y hasta una aparatosa caída.

Pero, sin duda, el peor momento llegó al intentar abrir. No sabía muy bien si era él o la puerta lo que se tambaleaba, pero el caso es que no atinaba con la llave. Al principio se lo tomó con la calma propia de la melopea, pero llevaba unos minutos intentando en vano la maniobra cuando un repentino retortijón en el vientre le invitó a darse algo más de prisa.

Un repentino retortijón en el vientre le invitó a darse algo más de prisa.

El problema empeoraba por momentos. Unos sudores fríos le destemplaban la nuca mientras los primeros escalofríos recorrían su espalda. La llave seguía sin embocar y la puerta sin abrirse, así que el asunto se estaba poniendo feo. Por suerte para Moncho este tipo de urgencias suelen tener un efecto despertador, que en su caso le ayudó a centrarse y a acertar por fin con la inabordable cerradura.

Ya en el interior, el piso estaba oscuro como la boca del lobo, pero la apretura inoportuna no le dejaba tiempo para buscar con excesivo celo el interruptor de la luz. Así que, como buenamente pudo, llegó a tientas al baño. Una vez allí, entró como un rayo mientras se iba desabrochando los pantalones camino de su objetivo.

Moncho se las prometía muy felices y cantaba ya victoria, pero al aproximarse al inodoro notó de pronto un bulto inesperado, algo que no debería estar allí. Venciendo el susto inicial, tanteó en la oscuridad y palpó… ¡unas rodillas! Era la abuela. Se quedó paralizado mientras escuchaba la voz cariñosa y comprensiva de aquella mujer: «¡Ay, neniño!, yo no sabía si decirte algo, o no… Mira como vienes».

Un espíritu burlón este Momo.