Cuando en la calle Orzán se podía dormir

Antía Díaz Leal
Antía Díaz Leal CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

PACO RODRÍGUEZ

Viendo el mapa que han pintado mis antiguos vecinos, descubro que mi casa estaba justo donde se cruzan las dos zonas más problemáticas

29 ene 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Casi ha pasado un decenio desde que aterricé en un pequeño y precioso piso de la calle Orzán por el que la inmobiliaria no daba un duro, inexplicablemente. Y la mitad del tiempo que llevo en esta ciudad lo pasé allí, con aquellas ventanas de madera a la calle, aquella cocina roja, un diminuto ascensor de cristal y las losetas en blanco y negro del portal. No recuerdo cuántas veces me dijeron que era una locura vivir en aquella zona, que me preparase para no dormir. Y creo que puedo contar con los dedos de una mano las veces que el jaleo de la calle fue un infierno. La primera, aquellos carnavales del mes de febrero con los que estrené mi vida aquí.

Serían los pocos años, o lo que han cambiado las cosas en este tiempo fuera del barrio. Pero viendo el mapa que han pintado mis antiguos vecinos, descubro que mi casa estaba justo donde se cruzan las dos zonas más problemáticas. En una especie de limbo, que es como se alza en realidad el edificio. Ayer se veía luz en el piso de arriba, que antes estaba deshabitado y por el que sospecho que alguien pagó el elevadísimo cheque que se pedía. Y que probablemente valía, hay que decir.

Durante aquel tiempo, había jarana cada vez que jugaba el Dépor y en el bar de enfrente se juntaba una peña bien ruidosa. El dormitorio del retaco quedaba justo sobre aquel local, y la pobre aparecía en nuestra habitación cada dos por tres protestando. Aquellas (pocas) noches en las que la cría se acostumbraba a dormir a pesar del ruido son las únicas que puedo recordar con ganas de abrir la ventana y soltar un grito.

Aquellas, sí, pero también la noche en la que España ganó el Mundial de Sudáfrica y la policía acampó bajo las ventanas del salón para mediar en una bronca monumental en la casa de enfrente. Un show en toda regla mientras por los tramos no peatonales (sospecho que por los peatonales también) circulaban todos los que aquel día sacaron las vuvuzelas por la ventanilla para celebrar el gol de Iniesta a bocinazo limpio.

Ahora que el Orzán se ha convertido en un lugar de paso, me pregunto si yo también habría abandonado la habitación exterior, o toda la casa, para dormir con la tranquilidad que echan de menos (y merecen) los vecinos. Pienso en los emprendedores que en los últimos años han apostado por revitalizar esta zona con negocios que, más allá de la hostelería, tienen carácter propio, distinto, y que se han convertido en parte del barrio. Y en el siempre difícil equilibrio entre el ocio y el descanso, en el que acaban pagando justos por pecadores. Y en la oportunidad (ojalá no sea perdida) de recuperar una zona peatonal que deberían haber sido cuidada con mucho más mimo.