El tranvía como símbolo de la dejadez

Javier Becerra
Javier Becerra CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

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El Ayuntamiento no ha movido ficha en los últimos años. Parálisis total. Parece que no hay muchas ganas de solucionar el problema

11 oct 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

En estos tiempos de carril bici y hasta carril runner las vías del tranvía turístico inservibles se convierten en todo un despropósito. También en un aparatoso monumento a la dejadez política. Te encuentras en las Esclavas, esperando un bus. Observas ese extenso cinturón que rodea el paseo y recuerdas que se extiende hasta más allá de la Torre para nada. El Ayuntamiento no ha movido ficha en los últimos años. Parálisis total. Parece que no hay muchas ganas de solucionar el problema. Entre recuperar el tranvía, que un día fue símbolo turístico de la ciudad, o aparcarlo para siempre, destruyendo la infraestructura averiada, existe un punto intermedio que nuestros políticos conocen muy bien: dejar todo como está, que las máquinas críen polvo, que los hierbajos broten entre los raíles y que los automóviles patinen en cuanto caen unas gotas de lluvia. Vamos, pasar de todo.

Todo viene de la decisión de suspender el servicio tomada en el verano del 2011. Las deficiencias detectadas en los raíles hacían que el tranvía pudiese descarrilar en cualquier momento. El gobierno local del PP se apresuró a anunciar su supresión, aludiendo al déficit que generaba (200.000 euros, según la versión municipal de entonces) y la seguridad. Pero pronto vio como esta decisión tenía sus opositores. Y es que el tranvía, aparte de ser usado por una media anual de 180.000 personas, le hacía tilín a muchos coruñeses. Ya sé que, como otros símbolos del vazquismo, queda muy bien denostarlos públicamente en ciertos ambientes. Pero a mí apúntenme por favor en la lista de los protranvía.

Gustos personales al margen, lo que no tiene justificación es estar ocho años después viendo eso ahí cada día, cronificando un problema por no asumir las consecuencias de su resolución. Es algo similar a lo del botellón y la basura en Méndez Núñez o lo que eran las terrazas anárquicas en la calle de la Estrella cuando había que pasar de canto. Anomalías que, a fuerza de verlas, se incorporaban a los usos y costumbres de A Coruña, como un residuo pegajoso. Como lo de estar uno en la marquesina de ecos pretéritos y cochambrosas pintadas actuales en las Esclavas esperando un autobús que no sé dónde puede parar con ese panorama sin pies ni cabeza.

Analizando y pensando en el despropósito, me da tiempo a ver también como la hierba ya devora los bancos de piedra del paseo. Igualmente, observo otro impresentable lastre coruñés: los arcados de al lado del Playa Club. Continúan ahí dando verdadera pena. Son piedras que se te meten en el zapato y muestran toda su incomodidad cuando, de pronto, te detienes, alzas la mirada y ves la desidia convertida en una forma de gobierno. A la que, resignados, los ciudadanos nos hemos acostumbrado con demasiada facilidad.