Un antifaz entre las silvas

Antonio Sandoval Rey A CORUÑA

A CORUÑA

Charles J. Sharp

El alcaudón dorsirrojo usa como atalaya los arbustos para buscar presas

17 jun 2019 . Actualizado a las 12:16 h.

En Galicia llamamos silvas a lo que en otros territorios llaman zarzas, o zarzamoras. En esos otros lugares, sobre todo si en ellos abundan los libros más que lo verde, la silva es más bien una estrofa creada a base de versos heptasílabos y endecasílabos, rimados de manera libre o consonante. También se llaman así las colecciones o recopilaciones de textos de un autor que no responden a orden alguno; acaso, tan solo, a una imperiosa necesidad de publicar. En esta segunda acepción, la silva tiene algo de coartada: «Como no hay manera de ordenar todas estas cosas que me han ido saliendo, las pongo todas juntas, las llamo silva, y hala».

Viene esto a cuento de que tengo ante mí a un alcaudón dorsirrojo sobre una silva, y he recordado los cuatro versos que abren la dedicatoria de las Soledades de Luis de Góngora al Duque de Béjar: «Pasos de un peregrino son errante / cuantos me dictó versos dulce Musa, / en soledad confusa / perdidos unos, otros inspirados». Góngora era un maestro de la silva.

El alcaudón dorsirrojo es, precisamente, el pájaro más peregrino de cuantos regresan cada primavera. Suele hacerlo en torno a mayo, y es de las últimas especies de aves migradoras en llegar hasta aquí para criar. Viene, como tantas otras, de pasar el invierno en África. En su caso, en la zona suroriental de ese continente.

Digo que es el más peregrino de nuestros pájaros por un motivo: los alcaudones dorsirrojos que vienen a anidar entre nuestras silvas y otros matorrales han recorrido estas semanas una ruta muy similar al Camino de Santiago. En lugar de cruzar el estrecho de Gibraltar, como hacen tantos otros viajeros alados, los de su especie optan cada año por otra mucho más oriental, que les lleva primero hacia Oriente Medio y después, a través de Turquía, los Balcanes y el norte de Italia, hasta el norte de la península Ibérica. Y a continuación, cruzados los Pirineos, hasta aquí. ¡Alguien debería facilitarles la Credencial del Peregrino! Porque resulta además que en otoño se van por el mismo camino, aunque muchos saltan ya desde Grecia, mar adentro, hacia Libia o Egipto.

Este que sigo observando en el valle de Loureda, junto al río Arteixo, permanece muy atento a algo que se mueve entre la hierba. Salta hacia allí, captura un insecto grande que no me da tiempo a identificar, y se lo lleva volando. Es probable que a su hembra. Debe nutrirla sin descanso, pues es la única responsable de empollar los huevos durante casi dos semanas.

A veces, si el alimento es poco abundante, los alcaudones clavan sus presas en las espinas de los matorrales como si fueran brochetas de una sola pieza de las que echar mano más adelante. Un poco lo mismo que hacen algunos autores con sus textos sueltos.

Deseo a ese alcaudón toda la suerte del mundo con su familia y me alejo a por otras novedades pajariles, cual peregrino inspirado por la Soledad Primera de Góngora: Era del año la estación florida...».