Esquilmar al portugués

Alfonso Andrade Lago
Alfonso Andrade CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

MARCOS MÍGUEZ

09 jun 2018 . Actualizado a las 11:00 h.

España matriculaba en el año 1900 su primer coche (un flamante Clement con matrícula PM-1) coincidiendo con la creación del reglamento de tráfico, que imponía a aquel Clement una velocidad máxima de 28 por hora en vías interurbanas, 15 en ciudad. Aún no había multas de carretera en nuestro país, pero el afán recaudatorio ya impregnaba aquella incipiente normativa.

Un espíritu que ha perdurado hasta nuestros días: el Ayuntamiento coruñés recauda en un año la friolera de 7 millones de euros por medio de 65.000 multas, casi todas de tráfico, récord histórico en la ciudad. De ese registro responden sobre todo las dos cámaras instaladas en la Marina y el Parrote (junto al Hotel Finisterre), que en los nueve meses que funcionaron durante el 2017 impusieron ¡34.000 sanciones! por valor de 3 millones de euros.

Las cámaras de la Marina son una máquina de recaudar y una mina para el gobierno local, pero a costa de desvirtuar la función primigenia de los avisos de tráfico, evitar la infracción y, en consecuencia, las situaciones de riesgo.

Los dos aparatos sustituyeron a los policías locales que durante meses se ocuparon de informar a los conductores e impedirles el acceso a la zona peatonal más visitada de la ciudad. Es evidente que los agentes no podían seguir allí ni un minuto más, pero las consecuencias de su ausencia no han sido corregidas, pues la señalización, insuficiente, no impide por completo el acceso de vehículos, lo que se traduce en 125 coches diarios en el área. Allí son multados con cien euros de forma automática, lo que fulmina cualquier intención preventiva o informativa y desatiende la necesaria protección del viandante.

El fracaso del sistema en ese sentido es atronador. Sancionan más estas dos cámaras que toda la Policía Local junta. Poco importa el riesgo que asuman los peatones -niños en muchos casos- en una de las zonas más transitadas de la ciudad. Lo que cuenta es esquilmar a los visitantes, portugueses en su mayoría, y posiblemente celebrar que los ingresos por multas se han duplicado en un año.

La videovigilancia de la Marina se está cebando con cuatro perfiles: el coruñés despistado, el usuario del Hospital Abente y Lago que procede de otras localidades y no conoce la ciudad, el conductor que sale del párking por la Marina y gira a la izquierda en vez de dar la vuelta por el Parrote y el turista, víctima propiciatoria que se lleva el gran disgusto de las vacaciones al recibir las sanciones por correo y que está llenando Internet de improperios contra nuestra ciudad.

La máquina de esquilmar portugueses no existe, por supuesto, en Ángel Senra, la calle Barcelona u otras zonas peatonales.