«Rocky III» en el Alfonso Molina

Javier Becerra
Javier Becerra CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

23 feb 2018 . Actualizado a las 12:20 h.

Seguro que todos los lectores coruñeses de cierta edad guardarán imágenes en su álbum de fotos sentimental relacionados con estrenos cinematográficos. Inmensas colas en el Avenida. Multitudes en el Colón. Letreros pintados para la ocasión en el Rosalía. Incluso habrá quien recuerde aquel título que vio en el Cine Coruña del que ya no queda nada. Sin embargo, rascando un poco más, aparecen otros cines menores, humildes y de barrio. Los que no acogían estrenos rimbombantes. Los que no formaban colas. Los ocultos en los rincones de la nostalgia.

El mío era el Alfonso Molina. Ubicado en los Mallos, en la calle Ángel Senra, hoy acoge un garaje. Muchos años antes, cuando el vial lucía aceras estrechas y no era peatonal, venía ser una especie de outlet cinematográfico. En los ochenta, cuando los grandes títulos habían pasado por los cines del centro, las cintas se repartían por esas salas más modestas. El retraso tenía una ventaja: la entrada resultaba más barata. Si en el Avenida cobraban 375 pesetas, aquí podían ser 300. Cosas de ver en septiembre lo que se había estrenado en mayo.

No importaba. Algunas tardes la BH quedaba aparcada, las postillas de las rodillas descasaban de otra sesión de fútbol y se entraba en aquel mundo excitante con ganas de dejarse impresionar. Rara vez se llenaba. En el Alfonso Molina las películas tenían ese eco de la emoción a destiempo. Además, te encontrabas a tu vecino en la butaca de al lado, magreando con su novia. Por supuesto, también a aquel compañero de preescolar que vive a tu lado, que fuiste a su cumpleaños de pequeño, pero que ya no lo saludabas anticipando el absurdo de hacerse adulto. En el descanso se podía ir al bar. ¿Recordáis aquellas chocolatinas de Nestlé con relleno de fresa y/o naranja? Siempre se compraban en el cine.

Vi bastantes películas en ese cine, como Loca academia de policía o Indiana Jones y el templo maldito. Pero guardo un recuerdo especial para una: Rocky III. Fui a ciegas, sin tener ni idea. Me llevaba mi prima. Con los ocho años que tendría, me quedé totalmente alucinado. Me emocioné con cada golpe. Sentí cada segundo de la película. Y salí de allí con esa indescriptible sensación de ser una persona nueva. Una vez leí al director Javi Camino decir que en aquella época ibas a ver una película y, al terminar, querías ser como su protagonista, fuera este karateca, marine o justiciero solitario. Cuando la ficción terminó en el Alfonso Molina y me encontraba en la calle, pensé en buscar inmediatamente un gimnasio en mi Philadelphia particular para ser boxeador y derribar a Mr. T.

El Alfonso Molina duró unos años más, los últimos reconvertidos en sala X, con su punto de decadente sordidez. Fue el sino de un cine sin glamur, pero que bien merece un recuerdo. ¿O no?