2013, el año A (de Alvedro)

Francisco Espiñeira Fandiño
Francisco Espiñeira CRÓNICAS DESDE LA TORRE

A CORUÑA

13 ene 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Se ha extendido una corriente de opinión que aboga por cerrar uno de los tres aeropuertos gallegos. Cada una de las ciudades afectadas tiene un una teoría sobre la solución más rentable, pero nadie se ha parado a rebatir la afirmación de partida. ¿A alguien en su sano juicio se le ocurriría cerrar un hospital, un colegio o una autovía? Y más: ¿alguien lo haría después de haber invertido varios cientos de millones de euros en obras necesarias, como las ampliación de las pistas de aterrizaje, y otras no tanto, como las terminales suntuarias? Dicho eso, es evidente que urge racionalizar y coordinar el trabajo de los tres aeropuertos. Y también que las competencias para poner en marcha ese entendimiento están tan repartidas que cualquier entente suena a entelequia. En el horizonte hay además una amenaza importante que atañe al aeropuerto de Santiago. En medio del clamor contra las subvenciones a las líneas aéreas, Ryanair, que se lleva la palma, copa más del 60 % del tráfico de Santiago y repite cada temporada su esfuerzo por intentar fagocitar las rutas que funcionan tanto en Lavacolla como en el resto de los aeropuertos gallegos. La estrategia le funcionó en Reus, donde alcanzó una posición hegemónica que le permitió arrancar un contrato con la Generalitat catalana de más de diez millones de euros tras amenazar con trasladar toda su operativa a otra comunidad y dejar desierto uno de los diez principales aeródromos españoles.

Las fortalezas. Alvedro no es un aeropuerto cualquiera. Es la terminal de cabecera que atiende al 42 por ciento del PIB gallego y a la primera multinacional española, Inditex, entre otras importantes empresas. Sus rutas suman índices de ocupación que superan el 80 por ciento en casi todos los casos y las conexiones con los hubs de Madrid, Barcelona, Londres y Lisboa dan una conectividad vital para muchas de esas empresas que quieren seguir creciendo y expandiéndose. Los costes de Alvedro son los más bajos de los tres aeropuertos gallegos y sus necesidades inversoras, una vez completada la ampliación de la pista, se reducirán de forma considerable. La terminal coruñesa ha superado con nota la desaparición de Spanair, por quiebra, y la segunda fuga de EasyJet.

Brotes verdes

La caída de un 16,5 % de usuarios es preocupante, pero en el horizonte hay algunos brotes verdes reales. En marzo volverá Air Europa una década después de su marcha, con el aeródromo por debajo de los 600.000 usuarios. Y son varias las líneas que están interesadas en operar rutas con las islas. Los empresarios ya han lanzado su aviso al gobierno local para que intensifique las labores de captación de nuevas rutas. Aislar a A Coruña, o a cualquier otro punto de Galicia, puede ser un ahorro momentáneo, pero mucha hambre para el futuro en forma de deslocalizaciones o cierres de empresas. Y ese lujo sí que es el que no se puede permitir ninguna institución, porque el paro sigue siendo el gran problema.

Las fusiones y la valentía política

El pasado viernes se subió otro peldaño en la reordenación de la planta municipal. El afán de la Xunta de convertir Oza dos Ríos y Cesuras en un espejo para servir de ejemplo ha convertido un proceso que parecía lógico e imprescindible en un pequeño calvario donde las rencillas políticas van camino de generar una brecha social entre dos municipios que se han convertido en el campo de batalla de los partidos. ¿Por qué? La falta de experiencia en este tipo de situaciones -es la primera fusión en Galicia en casi medio siglo- propició un calendario eterno que arrancó en marzo del pasado año y no culminará antes de la primavera. La celebración de unas elecciones (autonómicas) en el medio del proceso no hizo más que complicarlo todo. Ahora queda la parte más sencilla, la que podría haberlo resuelto todo desde el principio: será la Xunta la que bendiga la unión de las dos entidades locales para crear otra única de gestión que coordinará a 5.500 vecinos y más de 150 kilómetros cuadrados. El problema vuelve a ser político. El minifundismo es inherente a la política local. Si las fusiones se fían al voluntarismo, mal vamos. Y si quedan en manos de los alcaldes...