Los veranos de sus vidas

Gabriela Ruiz

A CORUÑA

Doce coruñeses rescatan de sus baúles las imágenes y ?las historias de los agostos que marcaron su infancia

30 ago 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

«En verano era frecuente que cogiéramos la lancha que salía de la Dársena para ir a Santa Cristina o a Mera» recuerda enternecida, con el álbum de fotos en la mano, Berta Tapia, única alcaldesa que ha tenido la ciudad.

Acababa de proclamarse la Segunda República cuando Isaac Díaz Pardo, que por aquella época tenía 11 años, fue invitado por sus tíos coruñeses a pasar con ellos el verano. No era la primera vez que iba, pero la sencilla idea de estar cerca del mar le inquietaba, por lo que antes de que sus padres se dieran cuenta Isaac tenía listas las maletas que cambiarían sus baños en el río Sarela por las playas de Riazor y Santa Cristina. «Cando non ía a A Coruña bañábame no río dos Sapos, que é un afluente do Sar, e que hoxe lle chaman o Sarela. Cando voltei de América vin que ao río cambiáranlle o nome primitivo, o nome que aparecía nos escritos galego-portugueses do século XII. Vese que aos edís non lles parecía fino iso do río dos Sapos e non souberon respectar o nome histórico», rememora Díaz Pardo del lugar encargado de bañar una parte de Santiago y otra parte de sus meses de agosto.

Las playas de Riazor, Mera o San Amaro fueron un paréntesis para muchos niños, que como Isaac, vieron en esa arena el material perfecto para construir fortalezas y acueductos. Jorge Cabezas fue uno de ellos. «Mera y Bastiagueiro eran los lugares en los que solía veranear».

Era un cálido agosto de 1967 cuando Francisco Gómez Seijo, conocido como Gandhi, esperaba en Cuatro Caminos junto a su abuela Celia y sus dos hermanas para coger el bus que les llevaría a la playa de Riazor. «La abuela cogía a todos los nietos en brazos para pagar solo un billete. El busero siempre se cabreaba y decía que yo era muy mayor para ir en el colo, pero mi abuela, que era muy suya, respondía que no era tan mayor, solo que estaba muy crecidito». Rememora también cómo las abuelas se remangaban las faldas para remojarse los tobillos y vigilar mejor las travesuras de sus nietos, mientras ellos se dedicaban en exclusividad a alterar sus nervios. «Siempre me recordarán a las estatuas de las Catalinas», aclara Seijo.

También reconstruye sus veranos sesenteros con ternura Mon Santiso, presentador de televisión coruñés. Los días de más calor Ramón solía ir a la playa de San Amaro en compañía de sus padres: «Íbamos allí porque consideraban que era mucho más segura, ya que en Riazor y Orzán había hoyos en el mar y, de repente, el agua pasaba de llegarte a la cintura a cubrirte por completo; eso para un niño que no sabe nadar es un problema. Además, estaba lleno de vecinos que nos vigilaban si nuestros padres se despistaban». Quien también sacó del baúl de los recuerdos San Amaro fue el actual presidente de la asociación de hosteleros, Héctor Cañete, que a los 16 años fue monitor de natación allí.

«Cando tiña sete anos sempre xogaba no Repicho. O cruce era un bo lugar, non pasaban coches e ademais alí estaba o salón de baile, o cine, o café Capitol e o estanco dos meus avós», cuenta Esther Pita, haciendo alusión a una Santa Cruz de los años cuarenta. Y es que esta política nacida en Oleiros es un claro ejemplo de que los jóvenes, da igual el momento en el que nazcan y lo mucho que los mayores los quieran controlar, siempre encuentran un espacio de libertad e independencia, aunque sea en la playa que está bajo la ventana de la habitación de tus padres. «Eu poñía o traxe de baño pola mañá e o quitaba para ir á cama» concluye.

Pero aunque hoy en día no se pueda concebir un verano sin hacer la maleta y abandonar la rutina del resto del año, no siempre fue así. «En mi familia no nos podíamos permitir salir de vacaciones y nos conformábamos con disfrutar de las fiestas patronales de nuestro pueblo, Betanzos», cuenta Antonio Fraga Mandián, juez decano de A Coruña.

El que no quiso conformarse con las limitaciones que implicaba tener unos padres con demasiado trabajo y poco tiempo libre fue el humorista nacido en Carballo Róber Bodegas. «No tardé más de dos agostos en ponerle remedio a la situación. Con las pelas que había sacado de mi bautizo y el amor en forma de calderilla que me demostraban mis tíos lejanos, me compré mi primer coche. Era un sin carné de la marca Moltó, con chasis de acero y carrocería tipo kart descapotable, de propulsión híbrida: a pedales y empujado por los pies. Con esta máquina recorrí el mundo sin equipaje». Y es que para Róber lo mejor de ser pequeño es que aunque los padres lamenten no llevarte al Aquapark de Torremolinos, o al Disneyland Resort París, lo que no saben es que uno ya ha recorrido Estados Unidos en su coche a pedales y ha surcado todos los océanos a bordo de un parco pirata de Playmobil.

Otro gran humorista, director de cine y este año pregonero de las fiestas de María Pita, cuenta sus recuerdos de la infancia: «En aquellas épocas todavía tenía los ojos de leche. Esos ojos después se me cayeron y me salieron los de ahora, que tienen gafas de pasta, ven peor pero miran igual», y añade respecto a la imagen de arriba, «esta foto me la hicieron en el parque de atracciones de Benidorm, junto a un tobogán gigante. Un tobogán muy curioso en el que uno entraba por la boca de un ogro y salía por... bueno, ya os lo imagináis, por el tercer ojo del gigante», termina diciendo Luis Piedrahíta, representante de la ciudad y de la infinita capacidad imaginativa de las personas.

Por su parte, otro símbolo de la ciudad, esta vez al hablar de fútbol, es Francisco Javier González Pérez, conocido por todos como Fran. Sus mejores recuerdos de verano se vinculan a dos cosas: la zona de Vilar de Corrubedo, lugar donde solían pasar los veranos, y esa típica tortilla que siempre llevaban para comer. Y es que una de las cosas que más ayuda a la memoria son los olores y los sabores. Como esos barquillos y churros que Berta Tapia iba a buscar a la Carrera de los jardines de Méndez Núñez o la fiambrera que Mon Santiso se llevaba a la playa.

Veranos que marcaron una infancia y que se convirtieron en flashes que los visitan fugazmente cuando alguien les pregunta cómo los vivieron, qué fue lo que más les marcó o qué olor les vincula aún a esas edades. Y es que, aquellos veranos, donde todo valía y nada importaba, no volverán a repetirse, pero tampoco se irán de sus cabezas. «Haber hojeado los álbumes de fotos nos trae a la memoria entrañables y sentidos recuerdos», concluye Fraga Mandián.