Por amor a las tijeras

A CORUÑA

Madre e hija trabajan juntas en el salón de estética que fundó la primera, donde lo más importante es que los clientes se marchen satisfechos a casa

01 mar 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

El salón de estética Chao, en Sada, parece más un club social que una peluquería. El buen ambiente que se genera ha permitido que Conchi, la propietaria, disfrute plenamente su trabajo. «Para mí esto es como una terapia, puedo venir mal anímicamente pero llego aquí y me encuentro mejor. A las clientas les pasa lo mismo», asegura, mientras seca y alisa a una de sus usuarias más antiguas, a la que le corta el pelo desde hace veinte años.

Iria, la mayor de sus tres hijos, también forma parte de esta empresa familiar, aunque confiesa que no es fácil pasar tanto tiempo juntas. «Discutimos mucho porque tenemos el mismo carácter, pero resulta sencillo trabajar unidas, porque nos conocemos bien y nos compenetramos. Con una mirada nos decimos todo», apunta Iria quien, además de ser peluquera, estudia el primer año de Turismo.

Conchi tiene 23 años de experiencia en el arte de peinar melenas. Comenzó de aprendiz a los 16 años, pero luego se inscribió a una academia en A Coruña. Su hija comenzó en el negocio para ayudarle, pero al final terminó gustándole. «Ahora las dos tenemos nuestras propias clientas, hay señoras que prefieren el estilo de mi madre, pero otras piden que las atienda yo, porque se identifican conmigo», relata sonriente la hija.

Gratas conversaciones

Lo que más disfrutan madre e hija en la peluquería es hablar con la gente. Aseguran que se trata de una actividad muy dinámica en la que no paran de reír y divertirse. «Aunque a veces estamos hasta 12 horas de pie, lo pasamos muy bien con las clientas, porque son parte de la familia. Aquí no vienen solo a peinarse, también se desahogan, se ríen y desconectan un poco de sus problemas cotidianos», explica la esteticista, mientras da los últimos toques al peinado de la clienta de turno.

Conchi asegura que se siente orgullosa de su hija y pese al tiempo que comparten como jefa y empleada, procuran separar la relación laboral de la familiar. «Si tenemos un problema tratamos de que se quede en la peluquería», afirma la madre, quien añade que en casa no tienen ni tijeras, ni secador, porque «esa es la única forma de desconectar realmente del trabajo». Su hija pequeña, Andrea, tiene solamente 11 años de edad, pero ya apunta maneras. «Le gusta peinarse y secarse el pelo ella sola, se pasa la plancha, hasta a mí me alisa de vez en cuando», comenta entusiasta la madre, quien considera que la niña aprenderá pronto el oficio.

En un día normal, Conchi e Iria pueden lavar alrededor de 30 cabelleras, pero en las fiestas y fines de semana, ese número puede duplicarse. «Es un trabajo sacrificado y cansado. Cuando el resto de la gente se divierte a ti te toca trabajar más, pero vale la pena. El esfuerzo se ve recompensado con la satisfacción de ver al cliente feliz con su peinado nuevo», matiza la astilla.

«Una peluquera tiene que ser también un poco psicóloga y saber escuchar a sus clientes. Nuestro objetivo es que se vayan de aquí contentos y satisfechos. Lo peor que me podría pasar es no entender lo que me piden», explica Conchi. Y es que en una peluquería te pueden pedir cualquier cosa. «Ahora ya nada nos sorprende, en una ocasión atendimos a un chico que perdió una apuesta deportiva y tuvimos que decolorarle todo el pelo para teñirlo de azul. Fue muy divertido», rememora Iria.