Pablo Blanco: «Non nos faltou nada para ir a pique»

Santiago Garrido Rial
s. g. rial CARBALLO / LA VOZ

MALPICA DE BERGANTIÑOS

ANA GARCIA

Empezó en el mar con apenas 15 años, y no ha parado, pero ahora con un rumbo más tranquilo

09 oct 2021 . Actualizado a las 20:35 h.

Si alguien quiere localizarlo en Malpica, mejor que no pregunte por su nombre de pila, que es Pablo. Hay que hacerlo por Paul, o mejor Pol, como lo pronuncia todo el mundo y ese es su mote identificativo. «O meu pai estivo en Inglaterra e quería poñerme Paul, pero miña nai non lle deixou. Pero xa me quedou o Paul para sempre, menos cando se enfadaban comigo, que daquela si que era Pablo», bromea.

Pablo tiene 40 años (41 la semana que viene) y empezó en el mar a los 15, a punto de los 16. Es tal vez de la última generación, o sin duda de las últimas, en ir a pescar al mar siendo prácticamente un niño, algo que ocurría en Galicia durante siglos. Lo hizo en A Rosalina, el barco paterno. Nunca tuvo dudas sobre su destino laboral. «Nada, eu sempre quixen ir ao mar, era o que me gustaba. Entrei no instituto, e non me ía mal, pero aos poucos meses deixeino. O mar é o que ten, que se che gusta, ben, pero se non, é unha putada», resume. Reconoce que las cosas han cambiado y a mejor. «A tecnoloxía axudou moito. Antes saías e dependías do tempo, podías perder a xornada, pero agora xa tes partes moi bos e xa sabes o que hai», explica. Por eso opina que ahora «traballar no mar xa é case como ir a unha oficina», con los evidentes matices, que no son pocos. «Pero antes, se viña malo, pelexabas igual, e agora polo menos xa non tes que tirar o aparello», asegura. Eso sí, considera que tanta electrónica para algunos no es buena siempre, «porque o día que fallan os ordenadores, case non saben saír». A él mismo le pasó, con una avería informática de dos semanas, y era su madre la que, preocupada, le preguntaba si iba a salir igual. «E terei que ir», le respondió. «Se cadra, en vez de arrimar máis, arrimo menos, pero hai que traballar. A informática no mar axuda moito, pero hai que saber. E eu ademais traballaba moito na zona dos Baixos de Baldaio, e aí si que tes que saber facer algo máis que apartar», recuerda. 

Pablo trabajó siempre en su tierra, en Malpica. Nació en la zona de la Atalaia, el lugar ahora en el casco urbano que en otros tiempos era punto de vigilancia de paso de ballenas, y Malpica fue puerto ballenero igual que Caión, algo más al este, o que Gures, en Cee, al suroeste. En el Rosalina, donde empezó, se fue y acabaría volviendo con el tiempo, y el Charli, de un tío. Hasta que, hace unos dos años, cambió el rumbo vital y laboral y se hizo botero y navegante de rutas turísticas hacia las Sisargas, las tres islas que marcan el horizonte malpicán. Ha pasado tan poco tiempo que añora esas jornadas que fueron su vida desde adolescente. «Claro que o boto de menos, pero vou pescar ás veces. Non coma antes, agora só como un pescador recreativo máis. Unha robaliza, se cadra un polbo... Non son capaz de deixalo de todo, pero así aínda teño algo de contacto. Nada que ver co de tantos anos, claro».

Echa la vista atrás y recuerda algunos momentos de dificultades en el agua. «Unha vez tivemos unha vía de auga, e case nos fomos a pique, non lle faltou nada», señala. Era madrugada, sobre las 3.00, y hacía buen tiempo. Tocaron en una piedra, muy arrimados a ella. «Bailamos en riba dela como se fósemos unha pandeireta», dice. No se veía nada. Y se abrió un agujero como un puño. Empezó a entrar agua mientras tomaban rumbo a puerto, y por encima no funcionaban las bombas de achique: «Estivemos achicando seguido con caldeiros ata que me deron calambres nos brazos». Tuvieron suerte de encontrarse con dos barcos de cerco, el Santo do Mar y el Adrina. El santo ejerció de tal porque además era su último día en el mar, antes del desguace. Cada uno les echó un cabo, uno a proa y otro a popa, y los sostuvieron a flote. Eso sí, Pablo tenía ya el agua en la cintura. Llegaron con tanta agua al muelle que los bomberos tuvieron que colaborar en el achique. 

Otro día malo fue el que se hundió el Bahía. «Había moi moi mal tempo. Eu puxen o chaleco de tan mal que vin a cousa». Ellos tuvieron suerte, al contrario que sus colegas. Ocurrió hace ya más de 17 años.

ANA GARCIA

«O primeiro boteiro que houbo foi meu bisavó, e resulta que agora estou eu»

Pablo Blanco es ahora botero, una especie de taxista del mar que se encarga de trasladar a las tripulaciones en el muelle, evitando así tener que moverse en pequeñas lanchas, y sin molestias ni trabajos. Un oficio viejo, más habitual cuando las flotas eran muy superiores, pero que sigue siendo necesario. Él lo ha heredado (comprado) del anterior titular, y de momento mantiene el nombre de la embarcación de unos siete metros, Gundín, muy estable y robusta. Lo curioso del caso es que se enteró no hace mucho de que el oficio le viene de familia. «O primeiro boteiro que houbo aquí, ou polo menos que se sabe, fora un bisavó meu, e agora resulta que o último son eu. Bisavó, ou mesmo tataravó. Cando se retirara, deixáralle a praza a dous ou tres, e foi pasando ao pai do anterior a min. Naqueles anos, os boteiros tiñan ata tres homes con eles».

Además de los traslados y de echar la caña alguna vez para recordar los no tan viejos tiempos, Pol se encarga de transportar a quien lo desee a las Sisargas, un turismo marinero en auge que funciona todo el año. No es solo trasladar a los clientes a la isla, dejarlos y regresar a por ellos. «A min gústame, e a eles tamén, facer máis cousas. Vou coa xente, explícolles o que ven, as canles entre illas, as pedras, os nomes delas, as marcas da terra, os paxaros... E se queren, tamén unha visita guiada na Sisarga Grande». En Malpica es fácil de localizar, otros guardan el contacto de un viaje anterior, en otros funciona muy bien el boca a boca... «A xente é moi agradecida», afirma. A todos los avisa del tiempo: si es malo, no se sale. También le gustaría hacer el seguimiento de un barco pesquero, pero tiempo al tiempo.