Una especie con adicción al conflicto

Marta López CRÓNICA

CARBALLO

18 abr 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Afortunado aquel que nunca ha sentido el fuego cegador de la ira ante una situación de conflicto. Te consume y nubla el sentido, aguardando únicamente a tener razón y lograr imponerse al contrario. Como si lo único que importase en esta vida fuese quedar por encima del prójimo y sentirnos superiores, aún en situaciones en las que carezcamos de argumentos para sostener nuestra visión de los hechos.

Ayer, el típico bule bule de una céntrica calle de Carballo se vio perturbado por las voces de dos conductores embravecidos que se intercambiaban órdagos verbales intentando buscar al culpable de un pequeño roce fortuito. Apenas unos arañazos en los dos vehículos daban fe de lo acontecido, más si uno se fiase por el combate dialéctico que se escuchaba por todo el bloque, bien podría pensar que los turismos habían quedado poco menos que inservibles. «¡Fuiste tú!», «¡No, tú!», «¡Tú me lo vas a pagar!», «¡Y un rábano, si te metiste tú mal!». Y así continuaron con una ecuación infinita que parecía no llevar a ningún lugar. El acuerdo final entre las partes -si es que lo hubo- no llegó a quedar muy claro, pues el continente de la conversación pesaba en este caso mucho más que el contenido. Uno, al contemplar tal comedia, se pregunta: ¿Y no sería mucho más sencillo dar parte a los respectivos seguros y que sean ellos, o en puesto caso la autoridad competente, la que delimite la culpabilidad de cada uno?

Bien parece que la sociedad actual tiene una insaciable adicción al conflicto. Nos encanta pleitear, discutir, defendernos con garras y dientes, querellarnos hasta el infinito, protestar por nada y llenarnos el pecho por todo. Claro que es más sencillo que un tribunal resuelva nuestros problemas, pero sin duda resulta mucho más enriquecedor ser nosotros mismos los que tomemos las riendas de nuestras responsabilidades. ¿Acaso es necesario discutir a viva voz por apenas un arañazo? ¿O por unos céntimos de más que nos cobre la vendedora de la plaza?

El conflicto es extremadamente agotador, lo es, pero también produce un clímax difícil de explicar. Nos encanta, para qué negarlo. Somos una especie conflictiva, nos peleamos por niñerías en vez de levantar la voz ante aquello que realmente lo requiere. «Nuestras vidas comienzan a terminarse el día que guardamos silencio sobre las cosas que de verdad importa», proclamaba Martin Luther King.