Retorno a Vimianzo, suelo de niñez: el último viaje de Collazo

CARBALLO

Mira, Becerra, Celso Collazo (sobrino), Antelo, Reigosa y Caño, ayer, en la mesa redonda.
Mira, Becerra, Celso Collazo (sobrino), Antelo, Reigosa y Caño, ayer, en la mesa redonda. ana garcía< / span>

03 ago 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Celso Collazo Lema, el soneirán más universal del siglo XX, ha regresado al suelo de su niñez. Desde ayer, sus cenizas reposan en el cementerio de Vimianzo, su auténtica patria tras recorrer medio mundo y haber sido corresponsal en la Agencia EFE en Londres, Moscú y Washington veinticinco años. El pueblo que lo vio nacer y del que jamás se olvidó le rindió ayer un homenaje que a todos los presentes les hubiese gustado haberlo hecho en vida. Comenzó con un acto fúnebre en la necrópolis parroquial. El azar también quiso cumplirle el gusto al que durante decenios fue maestro de periodistas. En los últimos tiempos se había encaprichado con que lo enterrasen junto a su tía Clotilde Lema, que fue quien le enseñó a leer, y cuando abrieron el nicho en el que van a reposar sus restos, se encontraron con los de su tutora en la infancia.

En la casa natal del Collazo, el alcalde vimiancés, Manuel Antelo, y el sobrino del homenajeado, descubrieron una placa al tiempo que un grupo de gaitas interpretaba la marcha del antiguo reino de Galicia. Fue en el castillo, «un entorno noble», como dijo el regidor, donde los asistentes pudieron aproximarse a la inmensa personalidad de Collazo Lema de la mano de los que fueron primero colaboradores y luego amigos del viejo periodista vimiancés. Antelo recordó el trágico destino del padre del propio Celso y de otros parientes durante el levantamiento de Franco y lamentó no poder haberle dedicado el homenaje en vida al que calificó como «o neno de Vimianzo que se dedicou a percorrer o mundo». Dijo tener cierto sentimiento de culpa por no haber conocido antes este personaje de tanto relieve y no haber tenido una relación más continuada con este «galego marabilloso».

El escritor y periodista Carlos Reigosa esbozó la personalidad de un hombre «enormemente relevante», «un dos grandes corresponsales de prensa que tivo este país na súa historia»: un galleguista al que el hambre lo echó fuera porque ya no veía posible cultivar su sueño. Collazo, según Reigosa, forma parte de una generación de hombres muy poco estudiada. Al final de la mesa redonda, los asistentes pudieron ver un fragmento de una entrevista que Carlos Reigosa le hizo a Collazo, en la que este narraba su peripecia vital en la infancia y la adolescencia y en el que se reflejaba nítidamente la profunda conexión del periodista con su tierra natal y la memoria prodigiosa que le permitía relatar con pelos y señales detalles de su vida y entorno.

Juan Caño, exdelegado de la Agencia EFE en Londres y Washington, conoció a Collazo el día que le fue a pedir trabajo en Londres y llegaron a tener una larga relación, primero como discípulo y luego incluso como jefe, pero siempre amigo. Vino a propósito desde Marbella para el acto de ayer. Calificó a Collazo de extravagante, estrafalario, exacerbante y extraordinario. Extravagante porque un hombre que estuvo en las tres capitales más importantes del mundo en el siglo XX, Londres, Moscú y Washington, hacía cosas como comprarse un Mercedes descapotable en la misma Rusia comunista en la que nadie andaba con un auto así. Estrafalario porque no dudaba en ponerse chaquetas de color verde o rojo con corbatas llamativas o un traje perfecto con zapatillas de algodón. Exacerbante porque no permitía que le llevasen la contraria y apenas dejaba hablar a los demás. Y extraordinario: eran tantas sus virtudes que tapaban sus defectos. A las dos semanas de llegar a Londres, era Navidad y Caño estaba solo. Collazo lo invitó a él y a dos amigos, también solos, al banquete de Nochebuena, con pavo incluido. Para Óscar Becerra, el periodista vimiancés comenzó siendo un maestro y acabó siendo el bisabuelo de sus hijas. Una de sus pasiones era la gastronomía. «Adoitaba dicir, cando es neno en Galicia o importante é comer ben e cando es grande, saber contar historias». Tenía una memoria prodigiosa y una cultura inmensa, a sus noventa años se rodeaba de prodigios técnicos para estar al tanto de lo que acontecía. Tenía una gran morriña por su tierra y su pasión era perfeccionar el pollo al vino.

El baiés Jorge Mira, catedrático de física, destacó en primer lugar el esfuerzo de Reigosa, Becerra y Caño, que viajaron desde muy lejos para estar ayer en Vimianzo. Apuntó que tuvo noticia por primera vez de Collazo el 24 de octubre del 2010, tras publicar su libro La ciencia en el punto de mira. Le envió un correo electrónico interesándose por él y por Baio. Desde entonces recibió otros 80 correos. Incluso lo visitó en su vivienda en Guadalix de la Sierra (Madrid), donde tenía un perro llamado Zas. Mira destacó la relación que Collazo había tenido con grandes mitos de la ciencia , la política y la literatura universales. La mayor parte de sus libros (15.000 volúmenes) eran científicos y todos fueron donados para la Cidade de Cultura. Jorge Mira ya lo conoció anciano y, aun así, destaca su agilidad mental y su brillantez. «Era unha persoa xoven nun corpo vello», dijo.

Celso Collazo sobrino relató que su tío necesitaba estar permanentemente conectado al mundo, capaz de convertir su propia operación de hernia discal en una fiesta para los médicos y enfermeros, pero un hombre curiosamente muy conectado en los últimos años a la patria de su infancia.

Hubiese querido hacer un viaje de retorno a su Galicia, pero no llegó a tiempo a ese tren y no tuvo reparo en llamar a sus amigos en su última hora para despedirse y darle las gracias.

Fue uno de los grandes corresponsales de prensa que tuvo este país