«Da Muxía de neno só queda o mar, o nome e pouco máis»

La Voz

CARBALLO

04 may 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Con once años, Castro dejó Muxía para irse a estudiar al seminario de Santiago. Después, cursaría Filosofía e Letras a modo récord: dos años y medio. Al mismo tiempo que se formaba en Compostela, fue adquiriendo «a conciencia da viaxe» y en aquellos veranos trabajó en Lausanne (Suiza) en los coches de recogida de basura, junto a compañeros como Arturo Suárez. Así empezó a ganar dinero. Para comprar libros o, incluso, para facilitar préstamos que permitieron que algunos de sus compañeros continuasen sus estudios.

Siendo niño, una caja de bombones con príncipes en carrozas lo había trasladado «nunha viaxe astral» a la Austria de Francisco José, pero después sí pudo realizar muchos de esos viajes físicamente. Residió en Francia, en Estados Unidos, en Italia o en Suiza (fue en Lausanne donde vió por primera vez varios Picasso, con 20 años). «Se queremos ver Galicia, témolo que facer dende fóra». Desde dentro, opina, se percibe de manera endogámica. Y él, sobre la Muxía actual, tiene «un sentimento de pena e nostalxia». Porque un pueblo «cun urbanismo humano, de pequenas casas de pedra», fue arruinado «polos peores enemigos que tivo Galicia na segunda metade do século XX, os arquitectos, especialmente eses sen escrúpulos que, dende A Coruña, firmaban proxectos que permitiron destrozar a Costa da Morte a cachos».

Se apoyaron, opina, en el bajo nivel cultural de la clase política, en la ineptitud de los aparejadores municipales o en la ambición. Se fue perdiendo así, en su caso, un pueblo mágico, con sus piedras neolíticas, pagano y después cristianizado, «case medieval, bañado de mar e mariñeiros máxicos, de procesións», de amabilidad, una gran familia, con las tabernas para hacer tertulias y para convivir. Por tanto, confirma, de aquella Muxía a la que cantaron Rosalía de Castro, Hugo Rocha, Valente, López Abente o aquella que imaginaba Saramago cuando escribió Balsa de piedra ... de la Muxía que Antón Castro vivió siendo niño «só queda o mar, o nome e pouco máis».