A la abogacía por vía paterna

CARBALLO

El padre, de Ameixenda, llegó al derecho, confiesa, un poco por descarte, su hija siguió sus pasos trabajando para organismos internacionales

21 feb 2010 . Actualizado a las 02:58 h.

A Benjamín Trillo Trillo la vocación, confiesa, no le marcó el camino del derecho, sino otro bien distinto. El de la literatura. Lo suyo era, explica, estudiar Filosofía y Letras.

Lo tenía claro el niño de Ameixenda (Cee) que cada día iba caminando a clase al Fernando Blanco de Cee. El trayecto llevaba una hora, con lluvia o sin ella.

Pero eran otros tiempos y aquella vocación no llegó ni siquiera a plantearse. Sus abuelos eran labradores y su padre se dedicó a la construcción. «Los que hacían Filosofía y Letras -dice- morían de hambre». Con suerte podían ser profesores, pero tampoco abundaban las plazas.

Así que aquello no era una alternativa. Solo había dos posibilidades. Una era ser médico y la otra abogado. La tercera, la de cura, la había elegido su hermano.

La medicina no le tiraba, así que, casi por descarte, se tiró a las leyes.

Empezó en Santiago en 1948 y aquel mismo año se enroló en el Teatro Español Universitario y se fue de gira por Galicia. El Derecho Romano quedó para septiembre y su padre, que sospechaba en el teatro una distracción, lo envió, con un amigo de la familia a estudiar a Madrid. «Tal vez fui el único en Galicia que se fue a Madrid castigado», recuerda con buen humor.

Al acabar la carrera empezó a estudiar oposiciones. Pero aquello no era lo suyo. Tras muchos batacazos tiró los libros y volvió a Galicia, pero trabajar en el campo en su Ameixenda natal. «Todos creían que estaba en un sitio que no me correspondía», dice. Así que pronto quedó atrás la leira.

La siguiente parada fue Santiago, pero no tenía contactos para trabajar en un despacho de abogados. Allí surgió el amor con una fisterrana y un nuevo giro en su vida. La familia de ella tenía una empresa de exportación de pescado en Fisterra y allá se fue, no para dedicarse a la abogacía, sino al negocio del pescado.

Fue en Fisterra cuando el abogado Trillo Freire le pidió que trabajara con él en su bufete de Cee. Y entonces sí empezó a ejercer la profesión. Lo hizo durante 25 años, el socio en la parte más pública y él preparando los casos.

Ahora, ya jubilado, reparte su tiempo entre Fisterra y Bertamiráns.

De sus cinco hijos, cuenta, dos lo intentaron con el derecho. Una lo dejó ante el muro de Derecho Romano. Liliana no. Siguió adelante y acabó con premio extraordinario tras cursar en Alemania el último curso. Cuenta el padre que, con su formación, no tenía mucho sentido pretender que siguiera con el despacho de Cee, que acabó cerrando.

Liliana tenía sus miras en otros lugares. Se fue a Bélgica y después a Irlanda a estudiar derecho europeo y regresó a Bélgica para entrar en un bufete internacional. Explica el progenitor que entonces decidió cambiar y se encaminó a Sudáfrica para dedicarse a los derechos humanos, trabajando para una ONG.

Después, desde la OSCE, estuvo trabajando en Kosovo. Ahora vive en Santiago vinculada, cuenta el padre, a la Unión Europea. «Entendimos que no quisiera quedarse en el pueblo», dice Benjamín Trillo con evidente orgullo. La profesión por descarte del padre sí fue vocación de la hija.