Dos cabezas de las 11.000 vírgenes de Santa Úrsula llegaron como reliquias a Noia

DANIEL BRAVO CORES

NOIA

CARMELA QUEIJEIRO

Una quedó depositada en el convento de San Francisco y se cree que desapareció cuando las tropas francesas tomaron la villa en la Guerra de la Independencia

15 oct 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

A comienzos del siglo V, la princesa Úrsula, hija de los reyes de Bretaña, se convirtió al cristianismo e hizo promesa de salvaguardar su virginidad ad perpetuum. Pretendida por el pagano príncipe inglés Etherius, y no pudiendo rechazarle para evitar la guerra, Úrsula peregrinó a Roma con diez doncellas para que el Papa Ciriaco consagrase sus votos y le permitiese dedicarse a predicar el Evangelio. De regreso a su país, ya en tierras alemanas y con la bendición papal, en el año 451 le sorprendió en la ciudad de Colonia la invasión de Atila, rey de los hunos.

El rey bárbaro se enamoró de ella, pretendió desposarla, pero la joven se resistió y fue martirizada junto a una decena de doncellas que prefirieron morir antes de perder su virginidad. Lo que en principio era solo un puñado de mujeres, las leyendas medievales lo convirtieron en 11.000, y en el lugar del martirio se levantó la Basílica de las 11.000 Vírgenes en Colonia, en cuya Goldene Kammer o Cámara Dorada se puede admirar una exposición de unos 15.000 huesos supuestamente de las damas dispuestos de manera artística, formando flores, símbolos cristianos, frases, 300 bustos asentados en las paredes y una colección de calaveras.

La historia fue recogida por una leyenda del siglo X, y el tiempo, la tradición y la épica del catolicismo transformaron a la bella princesa en Santa Úrsula, y a las 11 acompañantes, en las 11.000 vírgenes. A partir de ahí, el culto a Santa Úrsula se extendió por toda la cristiandad, con una difusión extraordinaria y sirvió de inspiración a composiciones literarias y artísticas varias. A Santa Úrsula se la suele representar con una flecha, una ancha capa bajo la cual protege a sus compañeras y el barco en el que hizo su viaje. Finalmente, en 1535, Ángela Merici fundó la Orden de las Ursulinas, dedicada a la instrucción de las jóvenes.

La relación

¿Pero qué tiene esto que ver con la villa de Noia?

El viejo culto de Santa Úrsula tendría años más tarde una proyección directa sobre Noia donde, en los años ochenta del siglo XVI, tuvo lugar un evento que causaría un profundo impacto entre sus habitantes. La efeméride sucedió el 8 de septiembre de 1581, día de Nuestra Señora o de la Natividad de María.

Previa convocatoria del alcalde Fernán Núñez da Ponte, a las doce de la mañana de aquel día se congregaron la mayor parte de los vecinos de la villa y sus arrabales en la explanada que había delante del Convento de San Francisco. Acudieron también el regidor (concejal, diríamos hoy) Alonso Vázquez da Ponte, hermano del alcalde, el cabildo al completo de los frailes del convento, «y los muy reverendos señores Fray Francisco Blanco, Padre Guardián de dicho Monasterio y el Bachiller Juan González, rector (párroco) de la dicha villa». Es de hacer notar que por aquel entonces los hermanos no tenían por qué llevar los mismos apellidos, pues no había una transmisión patrilineal como en la actualidad: uno podía llevar el apellido paterno, otro el materno, o el de cualquiera de los abuelos aleatoriamente.

Una vez pasaron al interior y «ayuntados en la dicha Iglesia del Convento de la Venerable Orden Tercera de San Francisco», ambos hermanos, alcalde y concejal, comunicaron a los vecinos que su otro hermano, «el ilustre Sr. Pedro de Paz, Capitán de Caballos Ligeros en los Exércitos del Rey Don Felipe Segundo, Nuestro Señor», durante sus estancias en Flandes, Polonia y Nápoles «le fueron dadas muchas santas reliquias y entre ellas dos cabeças de las honze myll vírgenes, y como buen patriota y amigo de su villa natal las había dejado en Madrid antes de partir para Nápoles», junto con las bulas y cartas que acreditaban su autenticidad, a donde el consistorio noiés envió emisarios a buscarlas. Indicaba además que una de las cabezas se entregase al Convento de San Francisco de la villa para que allí «se pusiese en parte desente en donde estuviese perpetuamente».

La cabeza donada al convento estaba metida en una cajita de cristal para su protección, y todo ello engastado en un medio cuerpo de madera «dorado, labrado y gravado» y, en la parte trasera, una pequeña puertecilla con su candado y llave permitían acceder a la reliquia.

Misa cantada

El padre guardián recibió la imagen y a continuación se celebró misa cantada y sermón. Acabado el acto litúrgico, el Padre Fray Juan Bautista que había presidido la ceremonia abrió el candado y la puerta, sacó la reliquia de la cabeza de la Virgen, la dio a besar a todas las personas que se le acercaron, la volvió a meter en el medio cuerpo de madera policromada y la colocó en el Altar Mayor de la iglesia conventual.

La otra cabeza, con las demás reliquias, pasó a manos de la familia da Ponte, y allí se perdió su rastro. La reliquia depositada en el Convento sería celosamente guardada por la comunidad franciscana hasta comienzos del siglo XIX, y probablemente desapareció cuando las tropas francesas saquearon la villa durante la Guerra de la Independencia.