Robar, atracar, asaltar, mangar, sisar, apropiarse,... Los verbos para hablar de la acción en la que una persona se lleva sin permiso algo que no es suyo son múltiples, pero el resultado es el mismo: uno pierde algo que apreciaba porque un desconocido —o a veces no— tiene las manos muy largas.
En la mayoría de las ocasiones, el amigo de lo ajeno busca conseguir un rédito con lo que roba, bien para disfrutarlo en su propio beneficio o para venderlo y sacarse unas eurillos. Pero, en otros casos, más bien parece que solo lo hace para causar el mal, porque poco va a conseguir vendiendo objetos que poco o ningún valor tienen.
Son muchos los ejemplos que se pueden poner en la comarca y que podrían repetirse en cualquier punto de Galicia. Como el de una vecina que vivía sola y tuvo que acabar cortando todos los frutales de su huerta porque cada dos por tres unos singulares ladrones saltaban el muro de su propiedad para mangarle limones o naranjas y luego venderlos. O el de otra que dejó un minuto el paraguas a escurrir en la puerta de su vivienda y cuando regresó a buscarlo ya no quedaba ni rastro.
Por no hablar del particular Grinch de A Crocha, que conduciendo un llamativo vehículo y con su hijo al lado, no se le ocurre otra cosa que robar varias piezas de la decoración navideña de este barrio de A Pobra. Como no era la primera vez que pasaba, los vecinos ya estaban ojo avizor para cazar al posible delincuente. Y bien que lo identificaron, aunque le dieron la oportunidad de recapacitar y devolver lo robado, como así lo hizo.
Ojalá no hubiese que dar esta lección y que nadie se llevase lo que no es suyo.