De consulta

Alicia Fernández LA CRIBA

BARBANZA

GONZALO IGLESIAS

24 feb 2023 . Actualizado a las 19:07 h.

Acudí recientemente a una cita en el servicio de Oftalmología del hospital de Conxo, en Santiago. La primera cuestión que me sorprende, con las reticencias que hay para otros aspectos de la atención presencial, es que hay dos salas de espera atestadas de pacientes. Entre 25 y 30 personas, obligatoriamente muy juntas, por las dimensiones y el número de sillas. Incluso, al estar llenas, hay gente en el pasillo.

La segunda, no menos llamativa, es que después de cuarenta minutos de espera (con treinta de retraso) me indican la puerta a la que tengo que dirigirme. La doctora me entrega una hoja, que ya tenía impresa, con una serie de pruebas que debo realizar previamente a su valoración. Vuelta a recepción y vuelta a la sala de espera. Que digo yo, por qué no me entregaron ese volante ya la primera vez.

Tras otros veinte minutos entro a la primera prueba, que me realizan en apenas dos y me remiten de nuevo a la sala, advirtiéndome de que sus compañeras van retrasadas.

Llevo casi dos horas y media en el hospital cuando, al fin, me pasan a las tres pruebas siguientes que sí van seguidas. La persona que las realiza me pide disculpas por el retraso y me muestra su cansancio e impotencia ante la mala situación. Otra espera y accedo a la doctora que me atendió en un principio para escuchar, de forma profesional y amble, su diagnóstico.

Si a esto le añadimos el eterno problema del aparcamiento en este centro hospitalario (después de media hora de espera la única posibilidad es la acera) concluyo que el personal muy bien pero la gestión de los recursos —ya escasos— es muy mala.