«Considero, sin duda, que la gran fortuna de mi vida ha sido que mi habitación fuese la biblioteca de casa»
13 abr 2022 . Actualizado a las 05:00 h.Considero, sin duda, que la gran fortuna de mi vida ha sido que mi habitación fuese la biblioteca de casa. Empecé a escribir en mi niñez, rodeado de Quijotes y Mortadelos; dibujaba mal así que tenía que centrarme en el argumento. Quería suplir mis carencias pictóricas con una buena historia. Y para eso necesitaba más palabras, palabras escondidas en otros cómics, en otros libros de esa biblioteca que devoraba con gula creciente.
Jamás dejé de leer, ni en mis peores momentos personales, sintiendo la literatura en cada célula, pensando en qué palabra exacta usaría para terminar mi novela. Ninguna pasión en mi vida ha sido tan constante, tan verdadera, tan exigente. Nada ha sido como este amor que me aísla del mundo: nunca estoy del todo junto a nadie porque siempre hay una parte de mí sondeando esa gran palabra final.
Ansío tener una biblioteca que refleje, no lo que he leído, sino lo que he querido leer y no me ha dado tiempo, lo que he querido ser y no me ha dado tiempo: un rastreador alpino que lleva años avizorando la gran palabra. Y cuando mis hijos vean los libros acumulados como anacronismos arboricidas de épocas bárbaras, dirán «¡cuánto espacio ocupan tus libros, papá»… y solo ocupan la mitad de espacio que la ignorancia.
El día en que me muera no echaré de menos los grandes acontecimientos, sino los pies fríos de mi mujer en cama, una cervecita a deshora, saltar al sofá como Michael Phelps, la biblioteca de mi padre, el primer cuento de detectives que escribí y titulé Bañar a un elefante… ¿Qué es la muerte? La muerte es dejar de escribir.