Cómo cuidamos nuestro medio ambiente es probablemente la pregunta más urgente que nos tenemos que formular. Y las conclusiones de la COP 26, la conferencia de estados por el cambio climático que celebra Naciones Unidas, tan decepcionantes para unos y tan sobredimensionadas por otros, ponen más de relieve la obligación de todos los ciudadanos de implicarnos en resolver los problemas de nuestro planeta.
En un entorno como el de Barbanza, esta necesidad está patente. A ninguno nos gusta la basura en los montes o en los parques, y digerimos con preocupación las noticias sobre los vertidos a las rías. Sin embargo, parece que no nos lo tomamos en serio. Que es más un zumbido molesto de fondo y no el estruendo atronador que es. No creo que lo que falte sea educación ambiental y tampoco que hagan falta discursos catastrofistas para que despertemos y nos demos cuenta de que la naturaleza no se arregla sola. Pero es necesario hacer algo y que aceptemos que si no lo solucionamos nosotros nadie lo va hacer.
A los políticos se les llena la boca con palabras y frases como «sostenibilidad» o «defensa del medio ambiente», pero ya se sabe que las instituciones van a otro ritmo. Por encima, no parece vislumbrarse ningún esfuerzo ciudadano encaminado a darle una dimensión de realidad a estas expresiones.
Quizá, como muchos de mi generación, soy demasiado pesimista y espero lo mínimo de la sociedad, pero no deja de sorprenderme cómo siendo testigos del daño que se causa al medio sigamos sin hacer nada ante el panorama que nos espera.