En el bosque de los abedules

Gonzalo Trasbach
gonzalo trasbach (IN) SOMNIUM 

BARBANZA

matalobos

12 may 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Esta Semana Santa estuvimos cuatro jornadas completas en Polonia. Anochecía cuando aterrizamos en el aeropuerto. Y era casi media noche cuando nos instalamos en nuestro hotel, en el centro histórico de Cracovia, hermosa ciudad que había sido capital del reino polaco hasta 1596, cuando Segismundo II trasladó su corte a Varsovia, la actual capital del estado, y que visitamos también un día. Nuestra primera ocupación fue peregrinar a los campos de concentración nazis: Auschwitz I, el centro original para prisioneros, y Birkenau (Auschwitz II y III), los nuevos arsenales del terror y el horror levantados a tres kilómetros de distancia de aquel, para culminar el plan solución final del exterminio, sobre un territorio de 175 hectáreas pobladas de abedules, árbol que en alemán se dice birkenau.

Era mediodía cuando entramos en el recinto. Lucía el sol. Ante nuestras miradas brillaban bajo su luz la hierba y amplios prados donde a día de hoy se conservan buena parte de las instalaciones donde se cometieron asesinatos legales de forma impune, y cuyas alambradas ahora rodean abedules de una longitud extraordinaria, pinos y álamos, especies que también predominan en los inmensos bosques que atravesó el autobús desde que salió de la ciudad hasta alcanzar los escenarios del gas, del hedor a carne quemada, a muerte.

Tanto en el transcurso del recorrido, minucioso a veces, de los compartimentos de la ignominia, la humillación, la vejación y la crueldad, como en la posterior visita al barrio judío de Cracovia, el muro del gueto y la fábrica de la afamada película La lista de Schindler, ahora convertida en museo, me asaltó constantemente la inquietante sombra de un libro que había leído hacía unos 20 años y que rescaté de las estanterías al regresar: Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo, del italiano Giorgio Agamben (Pre-Textos).

El citado volumen, junto con Homo sacer, del mismo autor, es, sin duda, el análisis que afronta la reflexión sobre el exterminio judío desde la vertiente de la ética y la política, tratando de escuchar no tanto las voces de los testigos, que también, como la laguna de lo testimonial, la «presencia sin rostro» que todo testimonio contiene necesariamente, la de aquellos que han «tocado fondo», «los musulmanes», según atestiguó Primo Levi (1919-1987), un judío sefardí nacido en Turín y deportado a Monowitz (Auschwitz III), pero que consiguió sobrevivir al aniquilamiento y fue liberado por las tropas rusas.

Tal enfoque del filósofo romano estaba justificado debido a que el lento asesinato de los judíos (también de gitanos, resistentes, comunistas, etc.) estaba explicado y aclarado con respecto a las circunstancias históricas (materiales, técnicas, burocráticas, judiciales...) en que tuvo lugar el exterminio de millones de personas. Y, aunque se podrán realizar nuevas investigaciones y arrojar nueva luz sobre los aspectos particulares del ignominioso acontecimiento, no cabe duda de que el cuadro de conjunto puede considerarse cerrado.

Sin embargo, la situación con respecto al significado ético y político del exterminio, e incluso la simple comprensión humana de lo que allí aconteció, no parece aclarado y el estudio de Agamben sería su nueva actualidad. Es decir, intenta responder a cuestiones que van más allá de, por ejemplo, ¿cómo Dios ha tolerado Auschwitz?, porque esta pregunta responsabiliza a Dios de una catástrofe que han perpetrado los hombres. De hecho, el autor italiano sostiene que quedaba por pensar el sentido y las razones del comportamiento de los verdugos y de las víctimas, pues en numerosas ocasiones, hasta sus mismas palabras siguen pareciendo un misterio insondable, un dato que vendría a reforzar la posición de los que desean que Auschwitz permanezca como un hecho incomprensible para siempre.