Carta de Fin de Año

BARBANZA

matalobos

30 dic 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

matalobos

Baja el río gozoso y alborotado serpeando por entre los prados del valle. Salvo la vibrante canción de su corriente, casi nada se oye: ni voces, ni pájaros. Todo parece estar mudo, silencioso ante su desbordante alegría. Callar, esperar, escuchar... Y recuerdas que alguien te contó en una ocasión que los libros (o sus autores) que nos acaban cautivando salen a nuestro encuentro a través de caminos sinuosos y a veces oscuros, nos asaltan como ladrones en medio de la noche, aunque no lo hacen para robarnos, sino para iluminar momentos casi olvidados de nuestras vidas.

En este sentido, piensas que tal vez te tropezaste con John Berger (Londres, 1926-París, 2017) demasiado tarde. El crítico de arte, pintor y escritor inglés llamó a mi puerta en el arranque de la década de los 90. Por aquel entonces, uno acudía a un seminario de filosofía que se celebraba en el pazo San Rafael de O Picón (O Pino), bajo la dirección del también crítico, escritor y agitador cultural Ignacio Castro Rey (Santiago, 1952). En una de aquellas memorables sesiones, uno de los textos sobre los que giró el debate era el ensayo sobre la muerte de la vida rural y el trasvase de los campesinos a las grandes ciudades que cerraba Puerca tierra, la primera pieza de la trilogía que completan Una vez en Europa y Lila y Flag.

El hilo conductor de aquel inolvidable ensayo tiene que ver en un 99 % con la experiencia vital de un hombre que nos abandonó el 2 de enero del 2017 y que había cumplido 90 años el 5 de noviembre del 2016.

Siguiendo el ritmo de las aguas del río camino de la vaguada de Brazos, evoco Fotocopias, libro del autor que se abre con el relato Un hombre y una mujer bajo un ciruelo, donde por vez primera escuché el nombre de Marisa Camino, artista y restauradora gallega que, cuando se dirigía a la documenta de Kassel, encuentro de arte contemporáneo que tiene lugar cada cuatro años en esa ciudad alemana, visitó al escritor británico en su casa de la Alta Saboya, quien en otro corto texto cuenta que se pasó un montón de años interno en un colegio. En mi memoria: los siete seguidos que pasé en uno de Santiago; cada curso eran nueve meses lejos de mi casa y de la aldea. Y como a ti, John, tampoco nunca se me pasó por la cabeza negarme a ir a aquel centro escolar de Compostela, ni en sueños. Mi habitación en la casa de mis padres nada tenía que ver con el dormitorio del cole. Se parecía bastante al cuarto de montaña donde tú dormiste durante un montón de años: también el techo era de tablas de pino y las vigas de carballo.

Declina una de las últimas tardes de este 2018. Estoy en la viña. El paparrugo brinca sobre el emparrado, los mirlos andan entre las silveiras y los canabales. Nadie está podando. Dicen que no es buen momento: la luna está creciente y las cepas sangrarían mucho si se cortasen los sarmientos. Una bandada de estorninos descansa sobre el tendido eléctrico. Cuando levanten el vuelo enfilarán hacia el oeste. Cuando emprenden de nuevo la marcha, vuelve Marsa Camino a mi memoria. Y recuerdo que cuando esta te visitó, los dos os hicisteis una foto bajo los ciruelos que había delante de tu casa. Tres meses más tarde recibiste una copia, una dirección y un teléfono. Y viniste a Galicia, a su casa, a unos 20 kilómetros del mar. Cuentas que, mientras escuchabais las gallinas del vecino y el zureo de las palomas en el pombal, el sol de agosto descendía lentamente sobre el Atlántico.

Pues bien, si entonces caían las primeras hojas del verano delante de la casa de la artista coruñesa, en este instante, mientras miro para el mismo océano que baña esta esquina de la ría arousana, me percato de que en la huerta del vecino relucen las naranjas, tanto que parecen adornos en un árbol navideño. Esta noche escucharé una canción de Nick Cave en tu memoria, admirado John. Feliz 2019 y larga vida para todos.