Cuando AC/DC estrenó en 1979 este legendario álbum, con un tema principal del mismo nombre que se convirtió en todo un himno para roqueros y amantes de la música, es posible que estuviese inspirado en el vial que une Boiro y Noia. Una carretera con ínfulas de grandeza que siempre ha malvivido en medio del conflicto de competencias y un estado de obras casi permanente. Por lo menos eso podría desprenderse de la también casi permanente presencia de patrullas de Tráfico que, armadas de radar o cinemómetro, acechan escondidas a los conductores con prisa o que se despisten cuesta abajo.
El problema para ser creída tanta preocupación y celo por nuestra seguridad, al igual que pasa con el Estado y últimamente la justicia, es que el sentido común y los datos parecen desmontar tan plausible motivación y sitúan este desmedido empeño en el ámbito de la recaudación pura y dura. Y, si alguien duda, se puede tirar de estadísticas de siniestralidad y ponerlas en comparación con el número de controles.
Pero en este caso concreto el habitual frenesí recaudatorio de la DGT -solo hay que ver puntos elegidos, frecuencia y formas de plantear los controles- es más humillante para los ciudadanos que utilizan esta carretera porque su abandono y carencias son palmarias. Las interminables obras son una amenaza (se llegaban a superponer señalizaciones) y es evidente que los peligros provienen más del vial que de los propios conductores. Esa realidad no parece importarle lo más mínimo a la tan preocupada DGT. Y ahí es donde pierde credibilidad su discurso.