Tal vez haya leído usted un par de columnas que publiqué en este muro de papel en las semanas primeras de este mes bajo el título Pensiones. En ellas hablaba de las reuniones que cada lunes los jubilados noieses celebramos ante la puerta noble de nuestro concello, para manifestar nuestra rotunda disconformidad con el «subidón» de 0,25% euros que el gobierno del señor Rajoy se ha dignado a concedernos vía comunicado de la inefable ministra Fátima Báñez. No hago otra cosa en ese par de columnas que reivindicar la escasez manifiesta de tal aumento y protestar airadamente ante la dejadez, el desamparo y la abulia que caracterizan a este señor gallego que hoy rige los destinos de esta patria de apátridas. En la segunda me quejaba amargamente de que, ni una sola vez, nuestro alcalde se dignase a descender de las alturas de su divina nube y, llegándose a nosotros, compartiera nuestra desdicha y abandono. Nunca lo hizo.
Me encontré en el supermercado con mi amigo Ramón, otro de los infelices que como yo nos pasamos los lunes al pie de palacio: «Viches o que está colgado do balcón do Concello?» Me dio un vuelco el corazón. «Quen?» «Non quen, Maxi, que? Veñen de colgar unha pancarta que di en letras ben grandes que o Concello está con nós! Hai que ter morro!» Y es verdad. Hai que ter morro! Ou fuciño. Así es que, por si fuera poco el ignorarnos cada vez que nos manifestamos, para limpiar la conciencia, cuelgan en la fachada una pancarta, fría y distante, como aquella rubia de la que me enamoré inútilmente. De descender a hablar con su pueblo, nada. ¡Qué pronto y bien aprenden el cursillo que llega de Madrid!.