Nigromancia

Maxi Olariaga LA MARAÑA

BARBANZA

21 mar 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Huele a azufre, a cuerno quemado y a rabo do demo. A mercurio recalentado y a plomo derretido. Flota en el aire una nube rasgada, acuchillada por los mil colores del arco iris del Mago Merlín, que invade nuestras casas por las rendijas, los grifos, los teléfonos, las FM y los televisores. La corrupción, el detritus de la agonía del imperio terminal de estos tiempos duros, se filtra vigas arriba y navega en el turbulento océano de Internet. Infecta nuestros pucheros, envenena nuestras sábanas y pudre nuestros pensamientos. Tan extendidas se hallan la plaga y la contaminación, que nadie se libra de su apestosa miseria. Entre los labios no cabe una pluma de ángel y sin embargo, la tóxica lejía que fabrican los nigromantes en sus lóbregos laboratorios de palacio, consigue interponerse entre nuestros besos.

Esos que dicen representarnos a todos, luchar por nuestro bienestar y «hacer todo lo que puedan y un poco más de lo que puedan si eso es posible. Y aún lo posible e incluso lo imposible si es que lo imposible es posible», andan de acá para allá por los oscuros pasillos de sus corrompidos sótanos deglutiendo venenos letales que después vomitan encaramados a los estrados del parlamento o a las tarimas de las plazas públicas. Como la humareda irrespirable de las fábricas ilegales, penetran a través de nuestra piel en la más oculta estancia de nuestro corazón enfermo y desalentado por los alquimistas. Con millones de españoles en las calles, reivindicando cada quien sus lágrimas, él se va de finde a esquiar a Formigal. ¡Mira que hay findes en el año! Hamlet ha vuelto. Algo huele a podrido en Dinamarca, dixit.