El poder cambiante de las chorradas

Emilio Sanmamed
Emilio Sanmamed LIJA Y TERCIOPELO

BARBANZA

25 ene 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Antes de ducharme me miré al espejo y pronuncié una frase de autoayuda con relativo convencimiento. «Hoy empieza la mejor etapa de tu vida», me dijo la poco agraciada imagen especular, y ¡a la ducha! Me deleitaba con el agua caliente y todas mis ideas de éxitos por venir en esta nueva fase. Estaba ilusionado, es cierto. Al estirarme para coger la toalla me sostuve en la barandilla que sujeta la cortina y cedió, caí con la cara tapada por la cortina a través de la bañera, esquivando por centímetros el lavamanos y el trono, y echando un gritito muy poco viril.

Así empezaba la mejor etapa de mi vida; cegado por una cortina en el suelo del baño, mojado, patético. Todo sueño o ilusión que me había hecho segundos antes era ahora como esa supernova que todavía brilla en la constelación de Andrómeda: hace años que desapareció y en su lugar hay un agujero negro. Puedo ver su resplandor pero sé que ya ha colapsado, como mi esperanza.

Y así es como una caída ridícula, la chorrada base de un vídeo de primera, me drena la alegría y me inunda de un desgarrador epítome: rara vez consigo lo que me propongo. Caí más allá de un acto gravitatorio. Aún sigo en el suelo, como si hubiesen pasado miles de años, mientras escribo esto siento las frías baldosas, el cuerpo magullado, y todas las ilusiones fugándose de mí en el vaho del baño. Al final estoy como siempre, ni nueva etapa ni nada, llamando a la puerta del baile de disfraces de la vida con mis aburridos pantalones de diario y una vulgar camiseta. «Así no puedes entrar». Me caí en la ducha y voy a fracasar.