Amor maduro. De Pascal a Castelao

Maxi Olariaga MAXIMALIA

BARBANZA

matalobos

21 ene 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

 Al resolver, hace unos días, el damero que La Voz publica cada día en su página de pasatiempos, me encontré con una frase del matemático francés, Blas Pascal: «El amor no tiene edad, siempre está naciendo». No me importa confesarlo, después de 50 años de convivencia, con un diagrama ahíto de cumbres y abismos, me identifico con las palabras del sabio. Siempre está naciendo el amor y es una alegría, un derroche del espíritu, descubrir cada mañana este alumbramiento de los sentidos, esta inesperada esperanza que uno creía que jamás habría de habitar en su cama, en su mesa o tras su ventana. Nace el amor cada día y se renueva el aire. Llueve, nieva, graniza y el amor aparece cada amanecer, abriéndose paso entre la bruma de los visillos hasta habitar la penumbra de mi corazón.

Pascal murió joven, vivió solamente 39 años, pero en su conocimiento de los cálculos helados que paren las ecuaciones y la trigonometría, intuyó la fuerza del amor. Llegó a saber, sin siquiera asomarse a la vertiginosa galería de la vejez, que el amor puede llegar a ser eterno y renacer cada día como renacen las flores que los peregrinos pisan a lo largo de sus obsesivas caminatas. Renace el amor cada día como la luz eterna de la luna y sus damas de compañía ateridas de frío aún hallándose tan cerca de las termas de Dios. De hecho la naturaleza, a pesar de la agresividad inculta y feroz de quienes la habitamos, nos deslumbra cada mañana con la potencia grávida y generosa de sus partos, abarrotando de vida las cien mil almas de la muerte que acechan tras los incendios, los terremotos, el hambre y la peste.

Siempre se halla el amor ahí llamando a las puertas de nuestro desconsuelo para oxigenar nuestra desesperación e inyectarnos un extracto de besos en el centro geométrico del vientre donde confluyen todas las teorías científicas del sabio Blas Pascal. Trescientos años después, Daniel, nuestro Castelao, derramó sobre las tablas de los teatros y los patios de las escuelas su obra: Os vellos non deben de namorarse. A primera vista, parece contradictorio con las firmes conclusiones de Pascal, pero cualquier observador avezado en la navegación de los sentimientos, enseguida se da cuenta de que Castelao no niega el amor de senectud, sino que no lo recomienda.

Sabía bien Daniel que, como Pascal predicaba, el amor renace cada día porque ese sentimiento ardía en su pecho con dolor contemplando como Galiza era y, hasta hoy es, silenciada, avasallada y tiranizada por amantes déspotas y maltratadores. Pero en cuanto al amor entre seres humanos, sabía de las flaquezas de aquellos cuya vida se apaga irremediablemente. El amor de senectud tiene que venir de lejos, tan de lejos que mantenga su latido salvaje, porque la sangre que por su presencia fue alterada en la juventud primera, continúa despeñándose río abajo como una catarata alegre e inocente. Eso es. El amor, si perdura en la senectud, es porque nació, bebió y se alimentó de las primeras luces que se encendieron en los bosques interiores de nuestro yo. Y no hay amor más hermoso. Ese torrente alocado que al alba te despierta arrollando tus horas oblicuas con un aguacero de estrellas que guía tu camino hacia las últimas rosas de tu pecho.