Las cosas perdidas

Maxi Olariaga MAXIMALIA

BARBANZA

matalobos

19 nov 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace más de ocho años, la poeta noiesa Iria Lago, me trajo de Buenos Aires un libro distinto a todos los libros. Un libro diferente, tan diferente que aún hoy no sé decir si es un libro, un periódico, un cuadro, una película, una montaña, un río, un glaciar, un beso, una cama, un ombligo, un barco, una cafetera, un tigre, una serpiente, una nube, un manojo de escarcha, un invierno, una estrella, un molino de viento, una ballena, un profeta, una guitarra, una voz, un desierto, una mirada, una golondrina, un verso, una esperanza, un grito, un vaso de vino, una bofetada, un pozo o unos ojos que colgados de un cometa lo exploran todo. Se titula: The lost thing (La cosa perdida). Su autor, el australiano Shaun Tan, ganó el Óscar al mejor cortometraje de animación en 2011, por su adaptación al cine de este su libro. De vez en cuando lo releo. Es para mi un consultor, un oráculo al que acudir cuando el andar, la trashumancia por las cañadas reales de este mundo, te lleva a un cruce de caminos.

 Ya me entiende usted, porque más de una vez le habrá sucedido eso de hallarse sin más ni más en la encrucijada y sentir como el cerebro se retuerce ahogado por las arterias del alma. Decidir, sí. Hay que decidir poner rumbo al sur, al norte, al este o al oeste. O quedarse allí plantado y morir de pie como los árboles de Alejandro Casona. Entonces, en esas horas trágicas en las que me juego la vida de mi vida, recuerdo a Iria Lago y consulto el libro o lo que sea de Shaun Tan.

Hasta ahora, siempre, en alguna esquina perdida del libro, en cualquier adjetivo al volver una de su páginas o en el trazo serpenteante de cualquier ilustración, hallé siempre el rumbo y, a golpes y tropezones, llegué a mi destino. Desnudo o engalanado, pobre o rico, hambriento o saciado, alegre o triste... pero siempre llegué. Hoy, cuando menos lo esperaba, algo brilló en la montonera de literatura que por todas partes abarrotan los silencios de mi casa. Me fijé bien en aquella lucecita que destellaba en el cielo oscuro de la librería. Parecía pedir ayuda, emitir un SOS ante un irremediable naufragio. Alargué cuanto pude un brazo y la así con fuerza. Al traerla hacia mi, cayeron sobre mi cabeza El Quijote de don Miguel, la Rayuela de Cortázar y El príncipe de Maquiavelo. Me liberé de ellos como pude y, mientras los recogía del suelo para reinstalarlos en sus habitaciones, casi me parte el alma la Antología rota de León Felipe.

 Vuelto a mi mesa, cómodamente sentado a ella, abrí nervioso el libro de la cosa perdida. Leí la dedicatoria de Iria Lago: «Eu, que fico fóra da tribu, sinto os días...». Me dejé ir un momento por los recuerdos y comencé a leer el libro de Shaun Tan: «Así pues, ¿quieres oír una historia? Bueno, hace tiempo sabía un montón de historias interesantes. Algunas eran tan divertidas que te desmayarías de risa, y otras tan espantosas que no querrías volver a oírlas jamás. Pero me he olvidado ya de todas. Así que te contaré la historia de la cosa perdida».

Les recomiendo que si pierden el rumbo, el aliento o su espejo, sigan leyendo. Terminarán por encontrarse a ustedes mismos y también hallarán eso, esa cosa perdida que buscan y buscan aquí y allá desde el día en que presintieron el extravío de algo amado.