Manuel Romero: El pincel que bebe de la paleta de la humildad

antón parada RIBEIRA / LA VOZ

BARBANZA

ANGEL MANSO

El artista noiés está nominado a los Premios Barbantia 2017 en la categoría de Cultura Galega

12 nov 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

La siguiente historia simboliza el retrato perfecto de que sin dolor, esfuerzo y perseverancia, ningún lienzo en blanco puede transformarse en obra maestra. Manuel Romero (Noia, 1943) nació en el seno de una de las familias más pobres de la villa medieval. El mayor de cuatro hermanos se vio forzado a crecer rápido al asumir la pérdida de su padre y el abandono de su madre. Con 4 años dejaron su hogar natal para entrar en una espiral que les llevó a pasar por hospicios y casas cuna coruñesas hasta ingresar en los Salesianos. De allí sería expulsado a los 17 años por pegarle a un cura, al intentar impedir una reprimenda que estaba recibiendo su hermano.

Aquella infancia se convirtió en el caballete sobre el que tomó forma la trayectoria artística de uno de los nominados a los Premios Barbantia 2017, en la categoría de Cultura Galega. Pero este es solo una de las páginas de la historia de un artista noiés que ha expuesto en galerías de los principales centros culturales del mundo, como Nueva York, Tokio, París o Londres. Precisamente, ante las orillas del Támesis fue donde comenzó todo.

Fogones y bocetos

Cuando Romero fue puesto de patitas en la calle, negándole incluso el certificado de estudios, no tardó en tomar la decisión de «marcharme a Inglaterra como todo emigrante, para coleccionar las fotografías de la reina en billete». Por aquel entonces, el único contacto del pintor noiés con el arte había sido una pequeña caja de colores a la que no había logrado aprender a sacarle el potencial. Como no tenía blanco para la mezcla, sus primeros trabajos albergaron pasta de dientes.

En Londres trabajó muy duro hasta que logró abrir su propio restaurante italiano. Entretanto, las noches que tenía libres las dedicó a su verdadera pasión, la pintura. Tomó clases gratuitas y empezó a preparar su primera exposición. Solo que unos días antes entraron en su vivienda y se llevaron los cuadros. «Recuerdo que me dijeron: ‘Si se los han llevado quizás sea porque son buenos’», indicó Manuel Romero, que aceptó el consejo y se plantó en el Wimbledon College of Arts, la universidad de Bellas Artes mejor valorada del Reino Unido.

Cuando la secretaria le recibió intentó convencerle de que tenía que seguir el trámite de presentación de solicitudes, pero el noiés solo quería saber si sus piezas eran buenas. Los gritos llegaron al despacho del decano, que accedió a entrevistarle y le dijo que si deseaba entrar tendría que abandonar su trabajo. «Me da igual el restaurante, yo lo que quiero es pintar», fue la respuesta de Romero. Seis meses más tarde, sobresalía sobre el recibidor de casa una carta con el membrete de la universidad. Fue aceptado.

Bacon y Tàpies

A partir de ahí comenzó una carrera espectacular, que llevó al creador a conocer a algunas de las figuras más relevantes de la época, como Lucien Freud, Francis Bacon o Tàpies. Con ellos compartió eventos sociales junto al embajador Alberto Aza. Además, fue el primer español en ingresar en el Royal College of Art, una institución que cuenta con un posgrado al que solo podían acceder una docena de personas entre millares y al que se presentaban miembros de la familia real. Acabó siendo el primero de su promoción.

«El fin del arte no es la venta. El artista se debe a sí mismo, quien crea algo tiene el deber de pavimentar el suelo para los siguientes que vendrán», esa es la máxima con la que Manuel Romero condujo su obra a lo largo de su vida y la que le haría saltar de galería en galería en cuanto percibía una pérdida de autonomía en sus proyectos. El pincel que se había curtido con las tradicionales escenas realistas, con miradas costumbristas a Galicia, se reforzó en la figuración que se atrevió a pintar duras temáticas como la muerte.

Autor de una técnica propia basada en el desfile de colores y un áurea etérea que construía a través de una placa metálica con la que licuaba el óleo, llegó a exponer en la Button Street Gallery junto a Linda Eastman, la mujer del beatle Paul McCartney. El músico quedó tan fascinado que compró uno de los cuadros del noiés, Evasión, al igual que el actor Michael Caine. En la actualidad, Romero prepara nuevos trabajos en su estudio de A Coruña.