El ocaso del guerrero cotidiano

Emilio Sanmamed
Emilio Sanmamed LIJA Y TERCIOPELO

BARBANZA

02 nov 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

No tengo permiso para poner aquí su nombre y no lo pondré, pero esta es la historia de un ribeirense. Lo conocí hace unos cuantos años. Por aquel entonces me gustaba ir al viejo bar de Javi. Allí uno podía sentarse a solas en un rincón y emborracharse despacio mientras los vecinos leían los periódicos y dejaban sus almas pegadas en las mesas. Me gustaba.

La mayoría de los días se dejaba pasar por ahí el protagonista de esta historia, con su cara marchita y su sudadera sudada, siempre oliendo a madera triste. En una ocasión se me sentó al lado y hablamos del Real Madrid y de la tristeza, que tantas veces van de la mano. Se convirtió en costumbre. Nos sentábamos y bebíamos, él entre trago y trago recitaba, a modo de tic, un versículo de San Lucas: «Quédate con nosotros, Señor, porque atardece».

Con aire sombrío se perdía en sí mismo, yo pensaba que era porque se excedía con el espirituoso. Ahora, tras pasarlo todo por el tamiz de la memoria, desprendiéndose lo accesorio, solo veo en él melancolía. De todas las historias que puede llegar a esconder el abismo de un vaso, la suya era bastante habitual.

Él había sido un hombre alegre hacía muchos años, antes de que su mujer tuviera a bien morirse sin avisar. Dicen que era un ángel, que todos estaban un poco enamorados de ella. Todo hubiera sido diferente de no haber muerto. Seguro que si estuviera viva no llovería tanto sobre los tejados que se pudren en este pueblo, ni las mesas serían tan pegajosas, ni pediría al Señor que se quedara otra tarde. Seguro que no se sentaría a mi lado a emborracharse despacio.