Así sonaba la noche arousana en los ochenta

Antonio Garrido Viñas
antonio garrido VILAGARCÍA / LA VOZ

VILAGARCÍA DE AROUSA

Martina Miser

El vilagarciano Manu Guinarte hace un recorrido en su primera novela por el Madrid y la Vilagarcía de aquellos años, en un libro que despertará recuerdos, sonidos y sensaciones en quien lea el texto

22 nov 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Afirma Manu Guinarte (Vilagarcía, 1964) que no volverá a meterse en semejante tarea, que el ejercicio de introspección que le supuso escribir y a sacar a la luz La gran ola, su primera y probablemente única novela, ha sido demasiado grande. Agotador. Pero, por otro lado, una lectura placentera para quien haya tenido la oportunidad de vivir aquella Vilagarcía, aquel Madrid aunque la capital quedara más lejos, de mediados de los ochenta.

 Guinarte hace un recorrido por la noche arousana en el que te recuerda qué te encontrabas cuando te adentrabas en el H.La Diana, la Totem o el Yerwa, míticos locales, y por poner solo unos ejemplos, que hoy ni están ni desgraciadamente se les espera. Es un ejercicio de recuerdo y de, a veces, pesimismo. «Quien quiera saber lo que es el aburrimiento supremo tendría que situarse en Vilagarcía en un invierno cualquiera de mediados de los ochenta. Sin apenas actividades culturales, tan solo nos quedaban el cine y los bares como alternativas lúdicas», escribe Guinarte. «Con Rivera Mallo, la movida estaba en los bares. En todos los sitios había conciertos y festivales y aquí no había absolutamente nada porque estaba el señor Rivera Mallo de alcalde. Lo único que hubo fue aquella plaza de toros portátil en la que Ana Torroja se torció un pie, lógico con aquellos tinglados que montaban. Y, en el 87, La Unión en el instituto, concierto al que no fui porque lo consideraba una aberración sabiendo los grupos que me gustaban: Parálisis Permanente, Gabinete Caligari....». Esto no lo escribió Guinarte. Lo contó en una extensa conversación en la que también explicó a quién le debe esa pulsión de lanzarse a escribir. «A principios de los años ochenta se renovó el profesorado del centro de Formación Profesional de Fontecarmoa. Vino Miguel Suárez Abel y fue como un segundo padre para nosotros porque las clases eran parecidas a las de El club de los poetas muertos. Me dejó marcado», recuerda Guinarte, que estudiaba en aquellos años adolescentes en un centro del que no guarda buenos recuerdos, algo que deja plasmado también en la novela. «Allí había amenazas a las profesores, a uno le sacaron una navaja, las sillas salían por la ventana... en cinco años que estuve estudiando allí electricidad nunca pudo mear en los váteres porque siempre estaban cerrados. Arrancaban los grifos», dice. 

«El perico y los tripis lo jodieron todo. ¿Me prestas siete talegos?» escribe Guinarte, que mediada la novela describe su primer paseo a solas con la madrileña, una de las muchas madrileñas que venían y vienen a Vilagarcía cada mes de agosto, Mónica. Un paseo nocturno que acabó en la arena de la playa Compostela. Y, de nuevo, al día siguiente en el relato, la noche vilagarciana sonando. «Ya al atardecer, nada mejor que lucir bronceado en A Baldosa, primero, y en el H. La Diana, después (...) subimos a la planta superior mientras se oía el atronador Come to my aid entremezclado con el choque de las bolas del billar americano tan de moda; este era con diferencia el local más in del que podíamos presumir, convirtiéndose en la cita ineludible de nuestra peculiar movida vilagarciana. Su música constituía el factor primordial del merecido éxito, aunque últimamente estaban un poco reiterativos con Matt Bianco. Pare rematar la velada nos quedaba por visitar otro pilar básico de la nocturnidad local: el Yerwa. Mucho pijerío, pero por lo menos tenían el War sonando a todas horas (...) más esmerados en la selección musical que de costumbre nos deleitaron con el Stop making sense de los Talking Heads».

 La omnipresencia de la música en la novela es lógica. Manu Guinarte tiene un canal de Youtube en el que, como describe, ejerce de gran rescatador de vídeos musicales, y que cuenta con nada menos que 245.000 suscriptores. «Cuando un vídeo pasa de cuatro millones de visualizaciones, lo borro. Uno de Jeanette llegó a tener cuarenta millones», dice como si tal cosa. Esa historia daría para otra novela, pero no parece estar por la labor.