El triángulo vilagarciano del pecado

el callejón del viento J.R. Alonso de la torre REDACCIÓN / LA VOZ

VILAGARCÍA DE AROUSA

MARTINA MISER

En el eje Ayuntamiento-Estación-Constitución abrían La Casa Cuadrada y el Petit Palace

28 oct 2018 . Actualizado a las 09:25 h.

Sucedió hace un mes. Los vecinos de un céntrico edificio de Vilagarcía denunciaron en comisaría las molestias causadas por el continuo ajetreo que se producía en uno de los pisos del inmueble, que, aseguraban, se habría convertido en un burdel. Se escuchaban ruidos a horas intempestivas, sonaba el portero automático de madrugada y en las escaleras había un trasiego inusual de desconocidos. En fin, el movimiento normal en una casa de lenocinio, pero anormal en una casa de vecinos.

No hace mucho, un vecino de otro edificio vilagarciano, harto de que gayones, birloches y rufianes llamaran a su telefonillo para que ejerciera de portero automático del meretricio y cansado de que, además, los clientes del lupanar lo pusieran de vuelta y media si se negaba a abrirles, tomó una drástica decisión: colocó un gran cartel en la entrada del edificio avisando de que el prostíbulo estaba en el piso equis. Mano de santo: los clientes se acobardaron y dejaron de acudir al edificio, el telefonillo dejó de sonar y las izas, rabizas y maturrangas, que diría Cela, cambiaron de piso y de edificio.

Vilagarcía es puerto de mar y esa condición ha convertido históricamente esta ciudad en un lugar donde abundaban los marineros apoyados en los quicios de las mancebías. Era un submundo tan duro e inquietante como literario. En la novela O xardineiro dos ingleses, Marcos Calveiro narra con maestría los movimientos que provocaba en Vilagarcía la llegada de la escuadra inglesa. Uno de ellos era la reacción inmediata de madamas, alcahuetas y celestinas, que enviaban a sus pupilas de confianza a telegrafiar a Santiago solicitando el envío de más hetairas, coimas y odaliscas que satisficieran la fogosidad de la tropa británica.

En O xardineiro dos ingleses, A Fernanda, dama de citas de un burdel de la rúa Vista Alegre, envía a su maturranga de confianza a pedir auxilio y la muchacha telegrafía a una importante madame de Santiago el siguiente mensaje: «Escuadra no porto. Stop. Manda ganado abondoso. Stop. Forte e tetudo».

Tratar estos temas no parece hoy políticamente correcto, pero lo cierto es que, en Vilagarcía, el lenocinio siempre ha estado presente. Eso sí, ha tenido bastante más literatura que estos enredos recientes de pisos y porteros automáticos. En los años 40, cuando los marineros desembarcaban en Vilagarcía, no preguntaban por el piso Cuarto, letra C, sino por la Casa Cuadrada, que quedaba por las traseras del antiguo Liceo Marítimo.

La Casa Cuadrada era un garito de alcahueteo a la antigua usanza con piso bajo y principal. En el bajo estaba el salón al más puro estilo Far West, con escaleras y todo. Por ellas descendían las cortesanas al tradicional grito de la jefa: «Niñas, al salón». En los años 60, la Casa Cuadrada desapareció ante el empuje de la modernidad lupanaria, o sea, las whiskerías. La primera que hubo en Vilagarcía, la más famosa y la única que perduraba en los años 90, fue el Petit Palace, que, curiosamente, también quedaba detrás del ayuntamiento. Otras casas de placer también abrieron por esa zona, conformando un histórico triángulo vilagarciano del pecado con los vértices en la estación de ferrocarril, el Ayuntamiento y la plaza de la Constitución. Allí estaban clubs tan famosos como Tres Tulipanes, Atenea o uno de nombre muy sugerente: La Dama de Rojo.

Al Petit Palace, también le cabe el honor de haber servido de inspiración literaria. En este caso, el escritor que lo contó fue el añorado periodista José Luis Alvite, que hizo la mili en Vilagarcía. Aquí fue corresponsal de El Correo Gallego antes de pasar a La Voz de Galicia, donde rememoraba el Petit Palace en sus celebradas crónicas del lumpen y la marginación.

En la edición arousana de La Voz de Galicia, hemos contado ya historias de pisos de alterne en los años 90: los había en la avenida Juan Carlos I y en la subida a la estación. Aunque la crónica periodística más deliciosa fue aquella que narró cómo las chicas del club JM de Rubiáns acudieron a cenar a una taberna cercana, donde celebraba un mitin el PSOE, y, al acabar los platos, se sentaron tras los oradores. Dicen que nunca antes ni después ha habido en Rubiáns un acto político en el que los candidatos fueran tan atentamente escuchados. Y ya que hablamos de este periódico, cómo olvidar a aquel gigolo, que, cuando la prostitución masculina llegó a Vilagarcía, venía a anunciarse a la delegación de La Voz, donde la administrativa, muy profesionalmente, lo aconsejaba sobre lo que debía sugerir en su publicidad para encandilar a las señoras. Aquellas conversaciones eran inenarrables y desopilantes.

Otro episodio que levantó mucho revuelo ocurrió tras la Perestroika. Corría el mes de febrero de 1991, cuando, como cada mes, un barco factoría ruso amarró en el puerto. Pero esa vez traía una novedad: sus operarios de la conserva no eran fornidos varones, sino 60 mujeres que revolucionaron el puerto, provocaron gran escándalo en Vilaxoán y hasta hubo políticos que culparon a Celso Callón, presidente de la Autoridad Portuaria, de fomentar el fornicio prosoviético por no iluminar convenientemente los muelles y no perseguir el vicio. Comparado con todo aquello, esto de los telefonillos parece pecado menudo.