Una pasión que se renueva en cada partido

marina santaló VILAGARCÍA / LA VOZ

RIBADUMIA

MONICA IRAGO

Las redes sociales le jugaron una mala pasada, pero ni siquiera eso ha logrado quitarle las ganas de saltar al campo

03 sep 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Quienes le conocen le definen como hábil y estiloso. Aunque para la ocasión ha decidido preparar unas apetitosas chuletas de cordero, Julio Rey señala que solo cocina «lo básico». Arroz, pasta y pollo son algunos de los alimentos con los que jugó en los fogones durante su estancia en Tarragona. Hay que entender, por lo tanto, que el amigo (y contrincante) que le describe no está citando sus habilidades culinarias. Habla de fútbol. Un tema que da para horas de conversación. «Es inevitable, cuando quedo con los amigos siempre hay algo para comentar», confiesa Julio. Lo que no sabe es que minutos antes de que se pusiese manos a la obra en la cocina, la conversación fue sobre él. «Corre y regatea muy bien», continúa la ficha que cualquiera querría leer. Además de saber moverse con un balón en los pies, Julito, que con el paso de los años se ha convertido en Julio Rey, puede presumir de tener buenos amigos.

Su relación con el fútbol comenzó con tan solo cinco años, en la escuela del que ahora llama su hogar: El Arousa. Diecisiete años después de estos primeros tanteos en el césped, su trayectoria cuenta con idas y venidas. Las relaciones largas, del tipo que sean, son lo que tienen: es imposible que no se desgasten por momentos. Lo importante, si merecen la pena, es seguir trabajando hacia delante. Y, en su caso, el fútbol es más que un mero pasatiempo. Aunque han pasado los suficientes años para que su perspectiva cambie, uno se lo imagina en la escuela del Arousa con la misma ilusión que Oliver y Benji recorrían esos campos interminables. El mismo entusiasmo con el que, entre los catorce y quince años, se subía a un autobús cuatro días por semana para acudir a Vigo a entrenar con el Celta.

«Habilitaron un bus para la zona de O Salnés en el que viajábamos ocho personas de diferentes categorías», recuerda. Él era el único cadete y su hermano José jugaba en infantil. Los viajes hasta Caldas eran así doblemente aprovechados. Con la supresión de esta parada un año después, regresó a la categoría juvenil del Arousa para poder compatibilizad deporte y estudios: «No era un estudiante para echar cohetes pero tampoco se trataba de dejarlos de lado». Un año con los juveniles, y pasó a la primera línea. «Entré unos minutos poco a poco. Ya ves fútbol profesional, con campos más grandes y jugadores más mayores y muy buenos», recuerda de los inicios en un equipo al que volvería con el tiempo. Primero probó a volar, a volar lejos.

La llamada del Espanyol, cuando tenía dieciocho años, fue un caramelo irresistible. «No dudé en ir a la aventura», indica. Era difícil decir que no. Pero, lo hizo dos años después, cuando una nueva mano llamó a su puerta: El Deportivo. Fueron motivos familiares los que hicieron que se despidiese de su etapa en Cataluña una vez que ya le gustaba estar más allí que aquí. Adaptarse le había llevado su tiempo, pero terminó, incluso, cocinado. Ya ven que para las chuletas opta por dos acompañantes: patatas con champiñones y ensalada. “Futbolísticamente tampoco lo veía como un paso atrás, era jugar en lo más alto de Galicia, donde quería estar”, recuerda. Pero, la alegría duró lo que se tarda en hacer una captura de pantalla. Conoció el lado oscuro de las redes sociales.

Un pantallazo comenzó a correr como la pólvora y lo que en privado se hubiese quedado como una broma entre amigos cobró una dimensión desproporcionada: Las palabras dedicadas al equipo que le fichaba cuando era un crío que acababa de aterrizar en el Celta dejaron la firma en nada. Lo recuerda con pena. Son de esas situaciones que a uno le quedan grabadas. Sabe dónde estaba y que hacía cuando el pantallazo le llego a él. No hubo margen al diálogo, a explicar que era la mejor (y la peor, al mismo tiempo) forma de meterse con un amigo que pasó todos los veranos de su infancia en el campamento del Deportivo. «Soy del Real Madrid, pero siempre he querido que ganasen tanto e Celta como el Deportivo», señala. Tuvo que pasar página. Doblemente. Ya había dicho adiós a esos dos años en Cataluña. Primero con el Espanyol, y, después, cedido al Nastic, de Tarragona.

El regreso fue complicado. «El 90 % de las plantillas estaban cerradas», recuerda sobre los momentos antes de fichar por el Ribadumia. Fue su año «más duro» futbolísticamente, pero también le sirvió para volver al Arousa más fuerte que nunca. El cambió de un equipo al otro, ejerció de transición. «Dejé a un lado esa necesidad de querer demostrar que tanta impotencia me generaban, porque no se me estaba dando la oportunidad, para volver a jugar por el mero hecho de lo mucho que disfruto haciéndolo», afirma. Volver al Arousa fue volver a los cinco años. A ese entusiasmo con el que corría detrás de la pelota. El mismo que ve en los ojos de los niños que ahora entrena y a los que procura enseñarles «todo lo aprendido». Va a ser cierto eso de que, como en casa, no se está en ningún lado. Una casa con la que, este año, espera llegar al playoff. Para ascender a Segunda División B. Los principales rivales ya están fichados: El Bergantiños, el Somoza y el Compostela. Solo queda jugar. Lo mejor posible. Pero, sin verse obligado a demostrar.