
Xiabre, Pousadoiro, Lobeira, A Curota, Castrove, miradores para comulgar con la grandiosidad del paisaje
01 jun 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Vilagarcía es más bonita vista desde lejos. La frase parece más una crítica que un piropo. Como si estuviera diciendo que cuando entras en la ciudad, la belleza se acaba, aparecen las miserias y el feísmo y Vilagarcía pierde su encanto. No es eso, no es eso… Pero es verdad que vista en perspectiva, desde lo alto, en lontananza, que diría el poeta cursi, Vilagarcía es, efectivamente, la Perla de Arousa, un conjunto de parroquias y lugares rodeando una aglomeración urbana, blanca y resplandeciente, asomada a la ría.
Hay ciudades, sobre todo las monumentales, que, vistas desde un mirador, no dicen absolutamente nada, son conurbaciones repetidas, aburridas, semejantes, sin gracia ni personalidad, pero luego las paseas, entras en su cogollo monumental, en el casco medieval o renacentista, y la sucesión de palacios, templos, plazas y murallas te asombran y anonadan.
Vilagarcía no es así. Gusta mucho de lejos y cuando la paseas, te regala la gracia de su planificación urbana, tan paseable y amable, de la fachada marítima, tantos años de espaldas al mar y ahora abierta a la ría, de las calles peatonales, de las tiendas y los bares en un centro comercial y hostelero abierto y humano, del mercado, de la playa, de las gentes, de la tranquilidad… Pero su carácter de joya bella y perla preciosa solo se vislumbra en perspectiva, abarcando el municipio con mirada lejana y de conjunto. Vilagarcía no es una ciudad monumental y no podría ser considerada Patrimonio de la Humanidad por sus valores arquitectónicos, pero si la retratamos de lejos, pocas ciudades tienen una foto tan extraordinaria.
Cuando traigo a Vilagarcía a algún pariente o amigo que no conoce la ciudad, me gusta entrar por O Pousadoiro, por la vieja carretera de Caldas. No me importa dar un rodeo porque sé que acceder a la ciudad por ese camino, aunque esté lleno de curvas e incluya un puerto de tercera, descolocará al visitante. Superada la cima, la calzada desciende y, tras un recodo, surge una visión pasmosa y sorprendente: Vilagarcía, sensacional y turbadora, protegida su retaguardia por aldeas y bosques, abierta al mar y presidiendo la inmensidad de la ría más grande de España. Es una clase de geografía que explica visualmente varias lecciones, la de los cabos, la de los golfos, la de los hinterlands, la de las comarcas, la del mar y la de la tierra.
Contemplar Vilagarcía a vista de pájaro es como ver un mapa tan didáctico como bonito. Pero para disfrutar de esa visión en cualquier momento, sin necesidad de drones ni aviones, hacen falta miradores. Y la ría de Arousa está llena de ellos. De cuantas excursiones programo cuando traigo invitados, la de los miradores es la que más gusta, sobre todo si incluye un furancho con vistas a la ría.
El viaje comienza, ya digo, llegando por O Pousadoiro e inmediatamente se impone una subida al monte Xiabre, especie de montaña sagrada de Vilagarcía, Pico Sacro de la ría, monumento natural que tuvo que ser entendido en el pasado muy lejano como morada de dioses. Al Xiabre he subido con escolares a plantar árboles, a recoger basura, a descubrir la naturaleza y siempre, en lo más alto, una parada fascinante para conmovernos con el paisaje irrepetible, con el lirismo conmovedor de la infinitud.
En aquellas excursiones de instituto, ya existía en lo alto del monte señero y majestuoso una cruz, que no tenía solo un carácter de símbolo religioso, sino también pedagógico y de recuerdo de una época de la ciudad, cuando en Bamio estaba el colegio de aprendices de Renfe y los alumnos de esta institución confeccionaron la cruz y la subieron al Xiabre. Allí estuvo, sin nada que la destacara, casi oculta, durante años hasta que se recuperó al construirse en el año 2022 un mirador que la integró como parte del monumento.
La pasada semana, esa cruz desapareció y su robo ha de entenderse no solo como un menosprecio a las creencias religiosas, sino también como un desprecio al carácter metafísico y simbólico de los miradores. Desde O Xiabre no solo se veían Vilagarcía y los valles del Ullán y O Salnés, sino que esa mirada permitía entender el paisaje y sentirse parte de un todo. Era una manera de vertebrarse con la ría, un no lugar desde el que asistir a un ejercicio espiritual de comunión: tú y la grandiosidad inmutable, la mirada de hoy y la esencia de un territorio que pervive. Atentar contra un mirador, sea contra una cruz, sea desvalijando los coches de quienes lo visitan, como sucedió durante un tiempo en el aparcamiento del mirador de Lobeira, es atentar contra la armonía y el equilibrio, contra la cadencia del paisaje, contra el éxtasis cordial que proponen el horizonte y la vastedad.
Visiones sobrecogedoras desde lo alto de A Curota, el balcón más formidable de las Rías Baixas, capaz de mostrar en un golpe de vista cuatro rías, seis islas, cien arenales y mil aldeas. El monte Castrove, al que llevaba a mi familia hace 40 años y mi padre protestaba, pero callaba en la cima disfrutando del esfuerzo recompensado. Falleció hace dos meses y en sus últimos días, evocando los momentos felices de su vida, recordaba sus excursiones a los miradores de Arousa.