Lito, Malófer y Monedero

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre EL CALLEJÓN DEL VIENTO

AROUSA

Los corresponsales de prensa en la Vilagarcía de los 80 eran unos maestros singulares

30 oct 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

«¿Señor Monedero, tiene usted cambio?». Si fue a EGB al colegio Arealonga de Vilagarcía en los años 80, seguro que alguna vez gastó esta broma, o escuchó gastarla, o le contaron que había quien la gastaba, aunque seguro que era una leyenda urbana y nunca nadie se atrevió a preguntarle al profesor Monedero que si tenía cambio.

También puede ser que le diera clase Ramón Quintáns, un maestro divertido que, si eras novato y pardillo, como yo la primera vez que fui a verlo, te vacilaba contándote unas trolas tan tremendas como bien armadas. Yo me las creí, a pesar de que me dijo que había sido delantero centro del Osasuna y guardaespaldas del rey. Lo hacía sin malicia, provocando el natural regocijo en mis compañeros de instituto cuando les contaba después que había conocido a un personaje único.

En el colegio de enfrente estaba Malófer. El nombre no era un mote, sino el acrónimo periodístico resultante de su nombre y sus dos apellidos: Manolo López Fernández. Pero los niños que iban a EGB al colegio José Antonio en los años 80 no sabían lo del acrónimo y pensaban que lo de Malófer era una mezcla de malo malote e infierno. «Abuelo, este año me toca Malófer», anunciaba mi aterrorizado hijo a su abuelo y mi padre le daba la razón: «Con ese nombre infernal, da miedo».

A Malófer, nadie le gastaba bromas: ni le pedían cambio ni le pedían fuego. Luego resultó que era un tipo divertido y ocurrente cuyo único atributo imponente era aquella voz de trueno que, cuando sonaba en el Colegio José Antonio, provocaba un silencio y un respeto absolutos, pero nada más. En cuanto a Monedero, cuyo nombre completo era Jesús Mariano González Monedero, se trataba de un hombre callado y culto que saludaba con un adiós imperceptible y solo en los ratos de confianza se abría y charlaba de sus temas favoritos: la informática y el cine.

Monedero tuvo el primer ordenador que se vio en Vilagarcía, un viejo Spectrum convertido en el embrión de un aula de informática que él dirigía en el colegio Arealonga y de la que salió un buen número de jóvenes apasionados por las nuevas tecnologías. Murió un mes de mayo de 1997 y fue incinerado en medio del respetuoso silencio que le debíamos a un hombre callado.

Aquellos maestros de EGB eran corresponsales locales de prensa en una ciudad donde se vivían años intensos que, nadie lo imaginaba entonces, acabarían convertidos en tramas de series de televisión. Monedero era el corresponsal de La Voz de Galicia, la firma de Malófer aparecía en Diario de Pontevedra y Moncho Quintáns era el representante en Vilagarcía de El Ideal Gallego. Había otro maestro, Gallego Pilar, que con su cuñado Rivera Mallo ejercían de corresponsales de El Faro de Vigo hasta que saltaron a la política. Finalmente, estaba Lito, entrañable corresponsal de El Correo Gallego. Ellos contaban a principios de los 80 la historia diaria de Vilagarcía.

Fue en esa Vilagarcía de los 80 y los 90 cuando la prensa local vivió una época de crecimiento, emociones y esplendor cuyos resultados han cuajado en la calidad de las páginas que se escriben diariamente sobre la ciudad y la comarca. Era apasionante leer la prensa en aquel tiempo para enterarse de las últimas movidas del Ayuntamiento, la Junta del Puerto o la Cámara de Comercio, un triunvirato que gobernaba Vilagarcía con tres virreyes ostentando el poder: Rivera Mallo en la casa consistorial, Pablo Vioque en la entidad cameral (así la llamábamos en aquel entonces echando mano de la cursilería) y Celso Callón en la Autoridad Portuaria. Había, además, otros poderes menores como FECA, que era la asociación de empresarios presidida por Roque Varela, y Fexdega, la feria de muestras que dirigía Gumersindo Rodríguez Eirea.

A Rivera lo apodaban Sisí porque comentaban que decía a todo que sí y luego hacía lo que le daba la gana, o mejor, lo que podía. La verdad es que yo nunca lo oí decir sí, sí. En una ocasión, estando en su despacho, le pidieron algún favor por teléfono y él respondió: «Si está en mi mano», que es una forma bastante discreta, prudente y gallega de responder cubriéndose las espaldas. A Vioque, en la prensa, lo llamaban Don P, que recordaba a la P de Padrino. El mejor mote era el de Gumersindo Rodríguez Eirea, Don Sindo, que resumía sus maneras educadas, su flema británica y su envolvente manera de hablar. Roque y Celso no llegaron a tener mote, aunque eran también dos interesantes personajes.

En esa novela vilagarciana de los 80, no había buenos evidentes ni malos de solemnidad. Eran todos listos, maniobreros, jugadores de mus, artistas de la política hasta que, con el paso de los años, las cosas se fueron complicando y cada uno acabó a su manera: desde la cárcel hasta la plácida vida familiar o la muerte prematura. En cuanto a los corresponsales, poco a poco fueron sustituidos por periodistas tras compaginar durante años la enseñanza con la información. Ellos contaron la conversión de Vilagarcía en ciudad y fue precisamente ese crecimiento lo que acabó con ellos, porque exigió una información exhaustiva y profesional con dedicación exclusiva. Pero no podemos olvidarlos porque sus informaciones nos ayudaron a cambiar.